martes, 28 de marzo de 2006

África y los errores

Hoy fue un día coronado.
No es tan cierto eso de que actualmente la vida es más fácil. OK, desde una óptica más optimista, tampoco es más difícil que antes.
Nuestra vida en esta post-modernidad es pelear todo el tiempo contra las ideas preconcebidas, luchar contra los estereotipos prejuiciosos...y sobre todo, defender las realidades. La ambigüedad es abrumadora, la tentación a generalizar es amenazante y acecha a toda hora, la información demasiada. Imposible no asociar valores o características a un concepto. Por eso nos equivocamos tanto como humanidad.
Lo confieso: mi concepto de África y los diplomáticos africanos - dados los conflictos recientes, como Ruanda - era de gente/sociedad problemática, salvaje, primitiva, obscura, poco civilizada, violenta, negra. Desde mi occidental punto de vista, tenía poca razón. Pensaba que en una de esas si te vas de safari, hay que tener cuidado con que algún caníbal no te atraviese con una lanza...Eso es tan cierto como pensar que al visitar México te va a tocar una balacera entre los narcos y el ejército...Pero en suma: no entendía África.
Hoy tuve la experiencia de estar en una breve conferencia sobre ese continente. Lo más importante (algo que supuestamente ya sabía): no juzgar a ninguna cultura bajo los valores de otra. Todo intento de democratización en África tiene que llevarse a cabo tomando en cuenta su manera de sentir, de vivir, de reaccionar. No se puede llegar e imponer valores propios así como así. Resulta ajeno en los zapatos del otro.
Tenía - también - algo de razón: el conferencista era de color(es), un camerunés muy vivo, vestido con un traje típico morado impecable, apasionadamente alegre. Quizás no tan representativo del África en general, pero sí un embajador transmisor de los valores y puntos de vista africanos puros. Me equivoqué mucho, porque desde mi egoísmo y centrismo occidental me esperaba el estereotipo violento, golpeado e ignorante, y me encontré con un equilibrio casi relajante, paz en la voz, ternura y tranquilidad al explicar: color, color, color.
Aprendí que el África y lo africano de verdad es una sociedad sabia, avanzada, colorida, cuidadosa de la familia, consciente de la pertenencia a la etnia, pacífica, clara. Nada ignorante, toda ignorada. Vista en su pureza profunda, lejos de la negrura. Mal apreciada desde el punto de vista de occidente. No entendida a través de sus mismos valores.
Y a pesar de que lamento antes haber errado tanto al haberme comido entero el paquete de prejuicios "africanos" que me vendió quién sabe quién de este lado del mundo, estoy agradecidísimo de haber salido del error hoy. De poder hablar mejor de los africanos, de aspirar a demandar de los gobiernos poderosos que tomen acción real para ayudarlos y, sobre todo, de no juzgar nada ni nadie fuera de sus propias concepciones de vida. Hay tanto que admirar de ese continente, tantas injusticias que desde la época colonial se gestan, traducidas hoy en tragedias difíciles - pero no imposibles - de remediar, causadas por gente que juzgó sin saber. Qué bendición conocer cómo siente un africano, como se percibe, qué idea tiene de su grupo y de su vida. Entender África. Entender todo.
Por eso, y porque además gracias a los caprichos de la vida - y de Andrés Manuel López Obrador - me tocó estar en el 2o piso del periférico mientras llovía justo cuando un rayo hermoso coronaba el cielo, y ser así testigo de un milagro simple, hoy el día tuvo corona.
Y me muero por conocer más y más y más de esa África con tantas respuestas ignoradas que tristemente es vista de este lado como salvaje y negra, de vivir muchos días más en la espera de presenciar otra coronación y aprender más cosas en otros días coronados (seguir en la batalla contra los prejuicios y en la defensa de las realidades), de saber cómo, desde mi pequeña postura, puedo intentar echarle una mano al mundo...
No juzgar y entender: el principio del comienzo de una buena vida coronada.
OK. Hoy estuve emocionado, se vale y ya me tocaba, no?
*La foto es de Hans Hendriksen y fue tomada en Zambia.

domingo, 26 de marzo de 2006

Recomendaciones del Chef...

No hay escritos nuevos en la página, solamente la actualización final de la antigua página de mi hermana.
Hoy la mesa se sirve con lo que hay. Claro, dependiendo el tipo de hambre que traigan los señores comensales, es el plato a ofrecer:
Se me ocurre que si hace mucho calor es mejor leer Oasis, Mechero, Persecución o De Noche. Está también el tan elogiado Espuma. Aunque para famosos pues Desde el fondo de la cava...
Algo más romántico espera ser leído en Arte, Máscaras y Solamente Verdades. Dentro de lo cursi caen: Anónimo (este, hay que encontrarlo), , el delicioso y equilibrado Gastronomía (no conveniente si se está a dieta), y Envidia .
Si está lloviendo pues está Entre una mujer y un bosque lluvioso, podría ser Mundo, y claro, Monzón Perpetuo.
Én tiempos más melancólicos sirve sensible, Una canción, One-night stand... Si se sienten especialmente suicidas no se les ocurra leer Réquiem, ni ¿A Quién le Importa...?
Para agarrar ánimo o inspiración: Rebélate, Visión Futura , Las cuerdas rotas, Chantaje, y el tan narcisista Todo.
Para reflexionar tenemos los no tan de mi agrado Lástima, Sobre la Nueva Generación, y Preocupación.
Si es de noche y no puedes dormir, léete primero Insomnio (sexy), y luego léete todos los arriba mencionados y hazme feliz, al fin, de otra manera estarías durmiendo.
Y bueno, buen provecho, pero antes de retirarse no se olviden que hay que dejar algún comentario aquí o firmar el libro de visitas como propina (por favor)...Gracias

martes, 21 de marzo de 2006

De chips y de chuchos

chucho m. Perro.
Adj. y s. En Méx., tozudo, enredador.
"You don't know me / The way you really should / You sure misunderstood / Dont' call me ‘Chucho’ / You got some nerve, and baby that'll never do / You know I don't belong t o you / It's time you knew I'm not your ‘Chucho’ /I belong to me, so Don't call me ‘Chucho’!"/ Mi propia versión retorcida de la canción Don't Call me Baby de Madison Avenue
Los mexicanos tenemos muchos chips instalados en lo más profundo de nuestros cerebros, que reaccionan automáticamente, herencia de lavados colectivos populares. Simple asociación a través de la repetición, como los perros de Pavlov.
En un post es imposible describirlos todos, pero bastará con empezar por describir el buen chip de la fiesta mexicana. En México no hay medias tintas ni equilibrios en la parranda gracias a este dispositivo heredado de la cultura popular, que se activa con la primer copita, o en una de esas, camino a la fiesta. El chip ordena al cerebro “tira la casa por la ventana, rumbea como si fuera el último día, gástate todo – mañana veremos pero hoy, estalla hasta que el cuerpo aguante, hasta que tus papás o la policía te lo impidan - ".

Tenemos por ejemplo otro chip muy nocivo, que se activa al escuchar la palabra ‘reelección’. introducido a través de libros de texto de la S.E.P. , cientos de papeles y decretos publicados que llevan al mexicano a leer y escuchar millones de veces que “Sufragio efectivo, no reelección”. Este semestre me ha tocado estudiar el sistema político mexicano, y creo que mejoraríamos mucho si no le tuviéramos tanto miedo automático al concepto.

Pero el chip del que soy víctima, el cual quisiera erradicar, es el de decirle a los nombres en diminutivo. Qué triste. Ni bien han presentado a Patricia cuando ya se convirtió en Paty. Gustavo es instantáneamente Tavo, Graciela Chela...Y bueno, creo que el nombrar es de alguna manera poseer. Yo compré mi coche y por eso soy yo y nadie más quien puede nombrarlo como me dé la gana: Bartolomé Magdaleno Wenceslao Tshcebyschev (BMW Chevy Chev). Por esos mis padres me pusieron Jesús y no Chucho, porque soy su hijo. Elemental y primitivo, pero cierto no?
De la misma forma, no cualquiera le diría ‘Gordita’, ‘Honey’, 'Bebé’ o ‘Amor’ a la novia de algún amigo: eso es solo a utilizarse entre la pareja, indica cierta pertenencia del uno sobre el otro y al revés, implica una relación más profunda. Así pues ¿qué sentido tiene tratar de re-nombrar a alguien? Independientemente de la paranoica sensación de que te poseen, y sin cuestionar la buena intención y las ganas de agradar, ¿qué tal si no te gusta el apelativo?
Digo, además, ¿qué confiancitas son esas, no?!!!

En mi penoso caso, el chip dentro del chip es que ni bien oyen ‘Jesús’ ya dijeron “Chucho”. Y bueno, aparte de que la cultura popular no ayuda mucho (Recordemos a “Chucho el Roto” – que dicho sea de paso, si me gustara el nombrecito me vendría que ni pintado – o la clásica expresión “ Síiiiiiiiii Chuchoooooooo” [¡!]), he de señalar que hay lugares rurales en todas partes donde se habla este idioma en las que ‘chucho’ es un perro callejero. Yo me acuerdo de mi abuela Pilar cuando era muy niño, cómo le gritaba a los perrajos sarnosos y los ahuyentaba con la escoba "Vete chucho, vete", gritaba. ¿Qué traumático, no?
No es que el animal no sea digno de mi persona, al contrario, más bien es que en especial el sustantivo 'chucho', en el contexto donde yo lo aprendí, es muy despectivo.
Y así como los chuchos de Pavlov, recibí un chip distinto, y asocio la palabra chucho con perro.
Así pues, expongo esta tragedia, luego de un largo fin de semana en el que, si me hubieran dado un peso por cada vez que me presenté y me dijeron Chucho (creo que con buena intención, con cariño), estaría reservando el avión pa irme unois días a cualquier lugar donde me digan simplemente Jesús. No estaría mal JesusChrist o Gesú. Ah, qué delicia...
Hemos de pensar en todos estos chips que vamos repitiendo por la vida, así sin pensar. Podríamos hacer feliz a mucha gente. Deshacerlos y erradicarlos de nuestra cultura y comportamiento diario es volvernos más racionales e inteligentes, y eso ps salva vidas no? Pregúntenmelo a mí.
Pero mientras tanto, habré de salir a la calle con un nuevo chip de paciencia que se active cada vez que me digan el nombre de cariño...
Guau, después de todo, ¡qué Chucho es este mundo!

miércoles, 15 de marzo de 2006

De la inmediatez del arte

Hoy la vida me puso el más sonoro de los despertadores. Me dí cuenta que tardé bien poco en dormirme demasiado profundo. Me acordé de por qué alguna vez me salí del ITAM, de por qué veía tan lejos mi manera de ayudar a mi país estudiando, o trabajando en un puesto público.
Tuve la fortuna de llegar puntual por una vez en la vida a ver el documental De Nadie. Desde ya parece imprescindible recomedarlo para que lo vea la mayor cantidad de gente posible. Lejísimos de cifras y tecnicismos, y muy cerca de personas y sentimientos, la película te sube al tren de los inmigrantes centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos. Que dejaron a los suyos atrás, y que se fueron dejando ellos mismos en el camino en nombre de los que los esperan en sus tierras. Y así, se enfrentan a las maras, a la policía mexicana, al hambre, la tortura, las violaciones... Interesante y hermoso ver cómo hay mexicanos que se organizan para darles comida y asilo. Conocí a María, la historia central de la película, casi ya termina el día y no dejo de pensar en ella. No se enjuaga de mí su cara morena profunda de madre fuerte, a veces brillante, captada por una cámara que parece no existir. Después de tantas teorías vistas en clase, la problemática de la migración tiene para mí una cara, una historia que me duele y me afecta. Me mueve a buscar hacer algo. A gritar para que se sepa lo que vive ella y miles de inmigrantes. Al principio creí que traía algún sentimiento atorado y lo sacaba a través de la película, pero no, muchos chillaron como yo. Nos pegó. Nos sacudió. Nos revolvió.
Y así, Tin Dirdamal, el director de la película, que tiene mi misma edad y fue el depositario de la confianza de un sacerdote defensor de los migrantes que financió su documental, se convierte en una especie de señal que se cruzó por mi vida justo cuando ya casi estaba corrompido por el sistema laboral. Sí, es verdad que puedo ayudar a la gente desde algún puesto convencional de Relaciones Internacionales. Pero para que mi iniciativa pase, si pasa limpia y no se contamina en el camino, ha de recorrer cámaras, burocracias, vistos buenos, intereses que la deforman, tiempos de espera interminables.
Pero Dirdamal se saltó todas las formalidades que tanto detestamos muchos: se movió para que en tiempos donde nadie escucha a nadie, su documental se exhibiera y llegara hoy hasta el ITAM, así, gratis, abierto a todos. Y logró dejarnos un mensaje relevante en un tiempo de espera récord, una burocracia nula: prácticamente ni siquiera fue el intermediario entre María Ponce y yo. Los inmigrantes me contaron, casi al oído su historia, en una inmediatez que ninguna política pública, por muy bien formulada que esté, podrá jamás alcanzar. Más aún, le regaló a México un premio en el último festival de Sundance, de paso atacando ferozmente la ignoracia gringa sobre el tema. Cuando me contaron que estaría hoy un ganador de Sundance, me esperaba un tipo calvo de lentes de pasta y saco de cuero negro. Pero no, era un tipo normal, como yo. Nada de fastuosidad, más bien tranquilidad, a lo mejor satisfacción disimulada por haber logrado algo tan alto independientemente de los premios. Me identifiqué de alguna manera.
Me entró nostalgia por mis días más artísticos, coraje por las ideas que conscientemente maté, esperanza y mucha admiración por conocer y hablar con alguien que sí pudo. Gusto de haber encontrado lo que a mi parecer es la manera más efectiva de embestir y gritar contra los problemas y conscientizar: utilizar el arte para humanizar las cifras, para clavar las uñas en todos los corazones y forzarlos a voltear hacia donde nadie ve y hace falta ayuda. Encontré la fórmula, la ví materializada exitosamente en alguien más, y la encontré muy a tiempo. Son pues, los artistas y su arte, con su poder e inmediatez, lo que hace falta hoy, que no los economistas con sus teorías abstractas ni los políticos con sus propuestas lejanas.
Sin dejar lo ya empezado, después de hoy vuelvo a hacerle caso a mi guitarra y a mis cuadernos. Digan lo que digan, mi ayuda y aportación a México, está en perseguir obras como De nadie.
Y me siento bien por compartir, por volver a decir que hay que buscar y ver el documental, por reproducir lo que oí hoy: que una madre con tres hijas que encontró Tin Dirdamal cuando iban hacia el gabacho habían sido violadas siete veces, y aunque sabían que las seguirían violando en el camino continuaban, por llegar a la tierra prometida valía la pena seguir. ¿Qué clase de vida tiene nuestra gente en América?
Pero no puedo dejar de acordarme de María. De desear que si sigue viva, esté bien.

martes, 7 de marzo de 2006

De la extranjería...

“No me llames extranjero, por que haya nacido lejos, [...]ni pienses de dónde vengo, Mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo, [...] ¿Y me llamas extranjero porque me trajo un camino, porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares, y zarpé un día de otro puerto?..."
Sobre este tema, muchos eventos recientes me llevan a escribir. El más inmediato: la imagen de mi padre, un español de pura cepa, devorando unos tacos campechanos de carnitas y chicharrón con su cebollita, su cilantro y su salsita roja; disfrutando, saboreando y comentando las delicias de tal manjar con una pasión mexicanísima. El más repetido: la presencia de alguien que dijo el primer día que la conocí que no esperaba aportar nada a mi vida, que ha puesto en movimiento en mí el concepto de extranjería y que quizás ha aportado demasiado. Las palabras de Rafael Amor, aquí citadas, han revoloteado también a mi alrededor.
"Si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos, y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos, los amigos que nos nombran, y son iguales los besos y el amor de la que sueña con el día del regreso".
Hace unos años, me acuerdo muy bien de observar a mi padre en Zaragoza, hablando con sus paisanos de mi edad y pensar que era un extranjero en su tierra. Los chavos zaragozanos hacían cara de no entiendo nada, y es que ya mi papá, después de treinta años, aún habla con acento español, pero con palabras mexicanas: a veces piensa cálidamente mesurado, atento y en diminutivo, como mexicano...
Creo que ya lo he escrito aquí alguna vez. Los amores rompen nacionalidades, razas, idiomas y diferencias.
No es de aquí el que no produce, y estéril se queda dormido. No es extranjero el que ama la tierra que pisa, el que transforma la piedra en arena con su trabajo. Y esta idea tan zapatista, tan mexicana, en mi vida se ilustra con la imagen de dos españoles.
En mejor momento de mi vida no pude haber empezado a trabajar con mi papá: mi admiración por él ha crecido y sigue creciendo al minuto, al verlo en su lugar de trabajo. Me da esperanza y orgullo saber que un hombre tan íntegro y honesto me engendró. El medio del turismo - como casi todos, supongo -, está plagado de corruptos. Llegar, y llegar honestamente, con la cabeza bien alta, sin deberle nada a nadie, como lo ha hecho mi padre es de aplaudirse.
A veces, cuando hablo con su equipo de trabajo siento que si se me hincha un poco más el pecho se me va a reventar de orgullo, y podría hablar mucho pero sé que a él no le gusta, que es hombre bueno en silencio, porque no hay por qué alardear. Solamente quiero describir su imagen de extranjero generando empleos, entendiendo que algunos de sus empleados tienen hijos y familia, ayudando, apoyando, y comprendiendo como nadie que conozca lo hace. Sembrando respeto y amor en tierra mexicana, todos los días, desde hace treinta años.
"No me llames extranjero, traemos el mismo grito, el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras, Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan, los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños, Los que inventaron un día, esta palabra, extranjero..."
Esta semana he tenido el honor de trabajar con la Doctora Sonia Rodríguez Jimenez, cuyo nombre y título - serios y solemnes- , contrastan con una personalidad sencilla, amigable y burbujeante: mexicanísima. Sonia fue mi maestra de derecho el semestre pasado (tuve 9 en su materia y ya no tomo clases con ella, así que hoy ya no hay lugar a barba - o pelota, como dicen en Madrid, su tierra natal -). Desde ese entonces, he visto en ella a una mujer que señala las fallas del sistema jurídico mexicano, nunca con la arrogancia propia de un conquistador de hace siglos, sino más bien, con el amor de quien sabe que en alguno de sus oyentes está potencialmente el poder de reformar las leyes para mejorar a México en un futuro. Por supuesto, se ha encontrado con ese complejo mexicano que algunos tienen todavía, después de 500 años, contra los extranjeros. Ese sentimiento tan anticuado, generalmente gestado en mexicanos que muy probablemente no han aportado al país tanto como ella.
Muy afortunadamente para mí, soy cómplice de Sonia en un proyecto para tipificar legalmente el delito de tráfico en México, lo cual defiende los derechos de los niños mexicanos que de momento, y dada la inexistencia de ley al respecto, no podrían hacer nada si se vieran traficados. Y no lo hace por la gloria, ni se está ganado un peso: su generosidad nace de su compromiso con México.
"No me llames extranjero, mira a tu niño y el mío cómo corren de la mano hasta el final del sendero,[...] No me llames extranjero, mírame bien a los ojos, Mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo, Y verás que soy un hombre: no puedo ser extranjero. “
Y así, para mí también, la extranjería es un concepto muy pero muy viejo, y muy poco útil. Porque tengo en mi vida dos presencias muy afortunadas: dos paisanos que, sin importar dónde hayan nacido, trabajan todos los días para transformar a este país en un lugar mejor, traen bien puesta la camiseta y, aunque de repente zezean, se han ganado a pulso esta tierra y esta sangre: son más mexicanos que el nopal.