Tiempo de emborracharse y sentirse muy macho. De cantar Timbiriche [M, E, acento, X, I, C y O]. De comer mole con pozole y picadillo, tacos de tostadas de chiles rellenos de chicharrón de requesón con tinga y harta(s) salsa(s) antes del coma etílico. De pintarse de verde, blanco y rojo; de gritar ¡Viva!, bailar y cantarse una de Alejandro Fernández a todo pulmón...
Y así los mexicanos, por una vez en el año, nos acordamos de que somos un país, y de celebrar nuestra independencia. Desbordamos nacionalismo. Y nos convertimos, una vez más, en el pueblo más contradictorio y único de todos.
Nacido en la grieta donde dos culturas empiezan y terminan, y casi habiéndome pasado la vida en México defendiendo a España, y el tiempo en España defendiendo a México, la enseñanza que me queda es que la nacionalidad se define - igual que todas las cosas que importan -, con respecto a uno mismo, al propio sentir y manera de ver la vida, al cariño que cada quien tiene para aquellos que considera su gente.
Inútil decir lo afortunados que somos de vivir en la época de la globalización, el mp3, la palm, el i-Pod, los edificios inteligentes, el Internet, y tantas maravillas; habiendo pasado por logros como la llegada de los hombres a la luna, o el descubrimiento de la penicilina. Y esta modernidad y avance significa, para alguien con dos nacionalidades, que nosotros nunca zarpamos con tres carabelas hacia las Indias, no evangelizamos comunidades indígenas, ni tampoco construímos una pirámide , y jamás seguimos el avanzado calendario de 18 meses.
Sería vergonzoso y absurdo basar nuestro nacionalismo en una pequeña parte del enorme todo: algo que pasó hace 500 años. Hoy en día tenemos la gran oportunidad de conocer nuestra magnífica historia, de hacernos la trillada pero profunda pregunta: ¿Quién descubrió a quien?, reconocer que todos somos al mismo tiempo maestros y alumnos, y sobre todo, comenzar a celebrar nuestra identidad, amar nuestra mezcla, mirar hacia adentro y sentirnos orgullosos de nuestro pueblo. Crear, mirando hacia el futuro, nuestro orgullo nacional.
La pregunta obligada y omnipresente a ambos lados del Atlántico siempre ha sido la misma: ¿Y qué país te gusta más? ¿Te sientes más mexicano o español? ¿A que aquí es mucho más bonito que allá? ¿A que aquí la fiesta es mejor? [...]
Supongo que para quien no haya nacido y crecido entre dos culturas, será difícil imaginar todas estas respuestas. No tiene por qué estar peleada una nacionalidad con la otra, sino todo lo contrario: no soy medio-mexicano ni medio-español, soy 100% ambos. Y si tuviera que escoger entre una nación u otra, sería como escoger entre cortarme la mano derecha o la mano izquierda. A veces parece mentira ver cómo todo el mundo busca oír, de los labios de un viajero, que su nación es la mejor. Y la verdad es que, quien se precie de haber tenido la fortuna de viajar por el mundo y conocer culturas ajenas y extrañas, sabe que todos los países son el mejor.
Los que nacimos en México, somos por naturaleza raza cósmica como decía Vasconcelos, dado que nuestra riqueza radica en la variedad y el mestizaje, y eso es lo que hemos de recordar. No importa lo mal que se pueda hablar del país, nuestra mezcla nos hace grandes. Celebro nuestra unión y la fusión de los mundos, y creo que de ello resultan cosas hermosas. Y si no pregúntenle a mis padres, lo bien que salen las cosas cuando se unen dos culturas... ;)
De hecho, si tuviera que describir a México con una palabra, pensando en toda su diversidad y sus contrastes, diría mezcla. Por eso me siento aquí como pez en el agua, porque aún llevando en mí una nacionalidad "extranjera", soy literalmente un mestizo, y por eso soy muy muy mexicano. Por eso también es tan fácil amar México, independientemente de su fuerza, belleza y calidez.
Hoy en día en que ya importa más el lugar de residencia que la nacionalidad para fines jurídicos, el amor por la patria se lleva muy dentro, y se transmite a través del trabajo, el compromiso social con los nuestros y la honestidad. Y después de todo, siento que cada mexicano, español, colombiano, dominicano, chileno, y latino en general, es - de verdad - mi paisano. Y lo mismo me pasa con los rusos, polacos, checos, turcos, gringos, japoneses, finlandeses, y todas las demás nacionalidades.
Aún así, el orgullo sale a flote, claro: sí dan ganas de gritar, pero no contra ninguna otra nación, sino por el México que podemos construír y llevar hasta lo más alto, a pesar del viento en contra. Este es el tiempo de recordar - entre taco y taco -, que todo el año somos mexicanos, y que somos uno. Que la hermandad mexicana ha de vivirse todo el tiempo: olvidémonos de cerrárnosle al del coche de junto, de ignorar al que está junto a nosotros por ser distinto, de la impuntualidad, la corrupción y el silencio. Amemos nuestro país todos los días, y procuremos que cada noche cuando reposemos la cabeza sobre la almohada, sepamos que hemos contribuido con algo para que nuestro México crezca.
Sin duda estamos todos ante una gran nación, no lo olvidemos mañana.
¡Que Viva México!
Y así los mexicanos, por una vez en el año, nos acordamos de que somos un país, y de celebrar nuestra independencia. Desbordamos nacionalismo. Y nos convertimos, una vez más, en el pueblo más contradictorio y único de todos.
Nacido en la grieta donde dos culturas empiezan y terminan, y casi habiéndome pasado la vida en México defendiendo a España, y el tiempo en España defendiendo a México, la enseñanza que me queda es que la nacionalidad se define - igual que todas las cosas que importan -, con respecto a uno mismo, al propio sentir y manera de ver la vida, al cariño que cada quien tiene para aquellos que considera su gente.
Inútil decir lo afortunados que somos de vivir en la época de la globalización, el mp3, la palm, el i-Pod, los edificios inteligentes, el Internet, y tantas maravillas; habiendo pasado por logros como la llegada de los hombres a la luna, o el descubrimiento de la penicilina. Y esta modernidad y avance significa, para alguien con dos nacionalidades, que nosotros nunca zarpamos con tres carabelas hacia las Indias, no evangelizamos comunidades indígenas, ni tampoco construímos una pirámide , y jamás seguimos el avanzado calendario de 18 meses.
Sería vergonzoso y absurdo basar nuestro nacionalismo en una pequeña parte del enorme todo: algo que pasó hace 500 años. Hoy en día tenemos la gran oportunidad de conocer nuestra magnífica historia, de hacernos la trillada pero profunda pregunta: ¿Quién descubrió a quien?, reconocer que todos somos al mismo tiempo maestros y alumnos, y sobre todo, comenzar a celebrar nuestra identidad, amar nuestra mezcla, mirar hacia adentro y sentirnos orgullosos de nuestro pueblo. Crear, mirando hacia el futuro, nuestro orgullo nacional.
La pregunta obligada y omnipresente a ambos lados del Atlántico siempre ha sido la misma: ¿Y qué país te gusta más? ¿Te sientes más mexicano o español? ¿A que aquí es mucho más bonito que allá? ¿A que aquí la fiesta es mejor? [...]
Supongo que para quien no haya nacido y crecido entre dos culturas, será difícil imaginar todas estas respuestas. No tiene por qué estar peleada una nacionalidad con la otra, sino todo lo contrario: no soy medio-mexicano ni medio-español, soy 100% ambos. Y si tuviera que escoger entre una nación u otra, sería como escoger entre cortarme la mano derecha o la mano izquierda. A veces parece mentira ver cómo todo el mundo busca oír, de los labios de un viajero, que su nación es la mejor. Y la verdad es que, quien se precie de haber tenido la fortuna de viajar por el mundo y conocer culturas ajenas y extrañas, sabe que todos los países son el mejor.
Los que nacimos en México, somos por naturaleza raza cósmica como decía Vasconcelos, dado que nuestra riqueza radica en la variedad y el mestizaje, y eso es lo que hemos de recordar. No importa lo mal que se pueda hablar del país, nuestra mezcla nos hace grandes. Celebro nuestra unión y la fusión de los mundos, y creo que de ello resultan cosas hermosas. Y si no pregúntenle a mis padres, lo bien que salen las cosas cuando se unen dos culturas... ;)
De hecho, si tuviera que describir a México con una palabra, pensando en toda su diversidad y sus contrastes, diría mezcla. Por eso me siento aquí como pez en el agua, porque aún llevando en mí una nacionalidad "extranjera", soy literalmente un mestizo, y por eso soy muy muy mexicano. Por eso también es tan fácil amar México, independientemente de su fuerza, belleza y calidez.
Hoy en día en que ya importa más el lugar de residencia que la nacionalidad para fines jurídicos, el amor por la patria se lleva muy dentro, y se transmite a través del trabajo, el compromiso social con los nuestros y la honestidad. Y después de todo, siento que cada mexicano, español, colombiano, dominicano, chileno, y latino en general, es - de verdad - mi paisano. Y lo mismo me pasa con los rusos, polacos, checos, turcos, gringos, japoneses, finlandeses, y todas las demás nacionalidades.
Aún así, el orgullo sale a flote, claro: sí dan ganas de gritar, pero no contra ninguna otra nación, sino por el México que podemos construír y llevar hasta lo más alto, a pesar del viento en contra. Este es el tiempo de recordar - entre taco y taco -, que todo el año somos mexicanos, y que somos uno. Que la hermandad mexicana ha de vivirse todo el tiempo: olvidémonos de cerrárnosle al del coche de junto, de ignorar al que está junto a nosotros por ser distinto, de la impuntualidad, la corrupción y el silencio. Amemos nuestro país todos los días, y procuremos que cada noche cuando reposemos la cabeza sobre la almohada, sepamos que hemos contribuido con algo para que nuestro México crezca.
Sin duda estamos todos ante una gran nación, no lo olvidemos mañana.
¡Que Viva México!