domingo, 24 de junio de 2007

La niña de Bulgaria

Estoy en Praga, es una noche del año 2003. Llevo puesto un par de jeans pegados a los muslos - mis termómetros personales de éxito: sólo en épocas de felicidad los he tenido fuertes - porque entonces convenía mostrar que parecían reventar; y una camiseta de manga larga azul arremangada, que para esas alturas nocturnas ya está empapada y tiene una mancha de sudor a la altura del esternón justo arriba de donde hoy hay panza cervecera. El pelo, otro símbolo personal de prosperidad, va húmedo meciéndose ante el humo de los cigarros más baratos que he comprado en mi vida. Las piedras amplias de la calle praguense me hacen enderezarme al caminar y convertirme en yo a la décima potencia. Nadie me ve, pero esta noche en esta ciudad, soy un nudo de sueños que camina.
Esa tarde había llegado a la parada de Chmelnice, cargando mis cosas en el tranvía, me había peleado con una checa en checo para finalmente entrar a mi habitación del Kolej Jarov B y echarme un clavado por los mencionados pantalones entre el mar de cosas en la maleta. Abajo, conocí una semi-diosa checa que me regaló dos boletos para el tram, lo tomé hasta el Staré Mesto, sentí la amenaza de lluvia sobre el párpado al ver en persona por primera vez el reloj astronómico, bebí una cerveza en la calle, conocí a Matt Damon en la Bodeguita del Medio, y disimulé mi muerte bailando lo más estilero posible frente a los ojos de las inocentes bellezas checas que además sonreían al escuchar I'm from Mexico, mientras sorbía del popote de vasos mezclados con absynthe en el útlimo piso del muy turístico Karlovy Lazné.

Es una noche perfecta para olvidarme de mi propia esencia. Una noche en la que empieza uno de los grandes sueños de mi vida: pisar por fin la capital checoslovaca, de la que tanto he leído, y a la que antes de estar ya conocía como la palma de mi mano. Una noche en la que tengo 21 años y estoy de intercambio. Una noche para aprovechar la euforia y por fin ahogar en el Vltava todos mis sueños artísticos sin sentirlo.
Hace ya dos o tres años que por alguna razón dejé de escribir: estoy convencido que ni modo, si algo me ha tocado ser en esta vida, no es escritor, ni cantante, ni escultor. Implícitamente, frente al reloj estoy acabando de creer que vine a este mundo a ser un ejecutivo de alto nivel.
Voy saliendo de los arcos de frente al reloj de la plaza vieja hacia Vaklavske Namesti, yo solo, medio borracho, medio cansado, medio con miedo. Está obscuro, y la primer sombra en el primer rincón más iluminado - gracias a un puesto de giros griegos y una pizzería - es de una mujer delgada y bajita.
Trato de apretar el paso por si acaso pero ella me toma del brazo. No es ni la mitad de guapa que las checas que vengo de atascarme en el antro: lo que me hace fijarme en ella es esa sensación - digamos "patética" - en la que el punto central de la atracción es la compasión. Fijo atónito la vista y me quedo asombrado: es una niña como de 17 años, muy morena, con un pelo muy negro ligero, y algo encantador en la cara. Frágil, lleva puesta una camisa corriente de terciopelo negro, al parecer arreglada para mostrar el escuálido y poco abundante escote. Mi combustión interna, hace que el tacto de su mano se sienta helada como las noches invernales en Sofía.
De repente, de sus labios escapa una palabra frenética con marcado tono de pregunta: ...Blowjob?
Este no es un relato lejano ni un libro: por primera vez, en carne y hueso, la explotación sexual comercial infantil me tiene agarrado del brazo, me toca. No sé por qué nunca le hablo en inglés. Quizás es la cobardía de escuchar de viva voz una tragedia en un día que tenía que terminar sólo en una cruda. O igual quiero experimentar cómo es una comunicación a señas entre dos personas que hablan lenguas distintas. Tal vez el mismo alcohol. Jamás le hice ver que podía hablar inglés, y siempre me comuniqué con ella en español. Incrédulo escucho: Blowjoooob, seeex. Algo dentro de mí se parte, no quiere pensar lo que oye. Este pequeño ser que me tiene prendido por el antebrazo es al mismo tiempo niña y prostituta. Busco con la vista al cabrón responsable de esto, y sólo veo a otras dos niñas como ella - sus amigas -, mirándonos. For iu fifty crawns me dice. Todavía no tengo asimilados los valores ni los precios, pero de inmediato me doy cuenta que 50 coronas checas son poquísimos pesos. Como ella piensa que no entiendo, abre la boca y con las dos manos simula hacer el acto que me ofrece. La idea de un pene extraño en la boca de esta niña a cambio de dinero es tan atroz y devastadora que sacudiéndome su mano del antebrazo, camino. Me alcanza: Just fifty crowns yes? Pienso en todos los malnacidos que han encontrado a esta pequeña y no me lo explico. Se ve niña a leguas. Me detengo. En español le pregunto con un poco de desesperación ¿Por qué? ¿Por qué tú tan bonita haces esto? ¿Quién? ¿QUIÉN?¿Quién [señalo alrededor] te está obligando a hacerlo? No contesta. Al parecer entiende lo que pregunto, y no contesta.
Tú bonita. Síii tú. Tú - Bo-ni-ta. Su semblante cambia, y curiosa pregunta ¿Krasiva ?? Se señala a sí misma, lo recuerdo perfecto, como que suspira y confundida pregunta ¿Krrasivvaa???? Entonces comprendo que hace mucho que esta persona no recibe un cumplido bien intencionado. Le digo que sí con la cabeza. Me doy cuenta que con nostalgia aprecia cómo la caricia de la palabra de un extraño la está tocando en otro idioma: el español. Mi español. [Me señalo el pecho] Yo México. Mee-xi-coo. [Señalo con cuidado hacia ella] ¿Túu?
Ella mira hacia adelante sin fijar la vista, toma aire, lo suelta y casi al final de la exhalación, como quedándose sin aliento, dice en voz baja: Bulgaria...
Como en una máquina tragamonedas, van bajando las imágenes de búsqueda dentro de mi cerebro: Searching...Bulgaria. Ruedan conceptos parpadeantes: leche, lejos, yogurt, flautistas, jodido, ópera... La última idea que se estaciona, es la lista de países y capitales que mentalmente puedo recordar perfectamente: un papel cuadriculado, mi letra de niño en tinta azul y roja: Bulgaria – Sofía. Estudio Relaciones Internacionales, debería saber algo más, pero esa es toda la información que en ese momento tengo sobre ese país.
Ella es la primer búlgara que conozco en mi vida.
Entonces, tengo una de las mejores ocurrencias de mi vida: hacerle ver que no soy cliente potencial e invitarla a cenar a esas horas de la noche. Lo capta perfecto. Pienso que me va a costar trabajo, que no va a querer, que va desconfiar de mí, que va a tener miedo de que el proxeneta se dé cuenta. Corre hacia las otras dos, seguro a pedirles que estén pendientes por cualquier contratiempo que mi invitación pudiera causar. Mientras, el que desconfía y vacila un momento soy yo: de repente me pregunto si esta no va a ser una de esas historias que al contarlas la gente te dice no mames cómo se te pudo ocurrir... Clara y afortunadamente ella tampoco sabe mucho de mi país, no le han llegado los rumores de la delincuencia. Regresa fumando. Mi intención primera es quitarle el cigarro, pero de pronto me doy cuenta que no es mi papel y no puedo juzgarla.
Vamos hacia la pizzería, tres o cuatro pasos y ya estamos, en el mostrador le pido que señale cuál quiere. You pay sure??? Escoge una rebanada con aceitunas. Yo escojo la mía. Por cierto, el checo que atiende es grosero, malencarado, avienta el vuelto; muy desafortunadamente él es parte de este recuerdo tan vívido y siempre lo recordaré como un pinche cretino malmodiento.
Siento cómo ella se sienta considerablemente lejos como buscando proteger un espacio vital muy grande, como por si acaso, y lo respeto. Me da tristeza, parece un animal comiendo: tiene mucha hambre. Entonces empieza una especie conversación simbiótica en la que le cuento cosas y me desahogo, sabiendo que no va a entenderme. Ella, con la boca llena de comida, ríe estridente como prostituta y habla cosas en búlgaro. Me suena vulgar de alguna manera. Nunca me queda claro si quizás me está insultando. Creo que no. Ríe y ríe con el pelo en la cara. Se acaba la pizza y saca otro cigarro. Saco mi encendedor, ofrezco prendérselo. Ahora sí, no siento esa reticencia: parece que me gané un poco más de confianza, me permite acercar el brazo con fuego. Luego, le pregunto por fin: ¿Sofía?
Y esa cara que ella hace se queda en mi vida como una fotografía imborrable. Me emociona mucho [y hasta la fecha] ver el amor que le vi dentro cuando oyó esa palabra. Sofía, su casa, su patria, quizás su familia. En ese momento, supe que Bulgaria y su capital eran lugares maravillosos, mágicos, paradisíacos. Una expresión así sólo puede ser provocada por el recuerdo de un lugar fascinante. Me es entonces claro que no se había ido de allí por voluntad propia. Repito que nunca hablamos en un mismo idioma, pero su semblante me comunicó que era de Sofía, que adoraba profundamente su tierra, y que en algún momento, antes de que le arrancaran todo lo que tenía y la trajeran aquí, seguramente fue feliz.
Se despide y va de regreso a la calle pronto. Me dice adiós con la mano mientras voy camino hacia el tranvía de regreso. Llego a mi cuarto, pienso mucho, pongo el discman y reanudo el 'mal hábito' que estaba a punto de tirar por la borda segundos antes de conocer a la niña de Bulgaria: busco papel y escribo. Escribo, escribo, escribo y escribo. Prosas, tonaditas, notas, rimas. Sobre ella.
Cada madrugada que regreso, a propósito tomo la ruta que me lleva a ella. Diez o doce noches más la encuentro - siempre con la misma ropa - sonriendo. Me saluda con la mano, me dice hey Mexico, o a veces hey friend. Contesto hola Bulgaria, o hey krasiva. Otras niñas prostitutas me saludan también, se nota que les ha contado algo, se ha corrido la voz de un mexicano que una noche extraña compartió un rato de vida sanamente con ella sin ninguna doble intención. Ninguna se acerca a vendérseme, y me siento satisfecho de sentir que soy para ellas ese alguien furtivo que las respeta, que ha cenado con una de ellas, que trató a una de ellas como persona. Nunca voy a olvidarla.
En ese tiempo aún no sé que tres años después voy a acabar haciendo mi tesis sobre tráfico internacional de menores. No intuyo que la primer canción de la ola que afortunadamente sigue ahora viva sería para ella y se llamaría La niña de Bulgaria. Mucho menos intuyo que la vida va a golpear y acariciar tan fuerte mis días por venir que los muslos se me van a deshinchar y volver a hinchar más de un par de veces. Ni se me ocurre pensar que después de Praga decidiré hacerme caso y dejar la universidad y probar suerte en la música. Entonces tampoco había confirmado el significado de krasiva: será hasta un día en que tiempo después le preguntaré a mi amiga María - que es rusa - cómo se dice bonita en su idioma. Krasiva, contestará naturalmente.
Y todo porque una noche, paso por su lugar y no la veo. Ni la madrugada siguiente, ni la otra, ni la otra. No está. No más. Le pregunto un día al alumno checo que nos ayuda en la escuela que dónde, en qué lugar se ponen las prostitutas en Praga. El tipo me vé con mala cara. No me molesto en aclararlo.
Una tarde, después de clases, sin planearlo, un impulso caprichoso me empuja a irme a Viena al día siguiente. Muy el estilo de cosas que me encanta hacer. Empaco pensando que está muerta. Que algún cabrón la mató o la secuestró. Repitiéndome que no estaba en mi mano ayudarla. Con remordimiento por nunca hablar con ella en inglés. Con miedo de contarlo a alguien y escuchar un es que hubieras hecho "inserte aquí cualquier acción". Con tristeza por nunca haberme parado a hacerle señas y decirle gracias. O darle un abrazo.
Con la maleta cerrada salgo un rato a eso de las tres, compro un Frankovka baratísimo y me lo voy chupando directamente de la botella en el tranvía. Bajo a buscarla por última vez. Pero no, aquí no hay final inesperadamente feliz: no la encuentro.
A las seis me queda claro en el tren que mi último recuerdo mientras abandono la República Checa es para mi primer musa: la niña de Bulgaria. Antes de ella no recuerdo ninguna otra que me haya provocado generar tantas obras.
Voy a irme sin despedirme, sin saber su nombre. Sin saber si regresó a Sofía. Atrás se queda quizás el cadáver de una niña que, aún con la feminidad truncada y la felicidad arrancada, supo darme muchísimo más de lo que yo pude devolverle a ella: porque debiendo ser campo fértil, sembró en mí - un hombre, un portador de semillas - y me devolvió la confianza en mi necesidad de escribir. La que hizo que de mis brazos creciera arte y curiosidad, sin haber tenido un mínimo contacto erótico conmigo. El rostro que nada va a quitarme de la memoria, que me inspira a moverme para imaginarla en otras niñas que sufren lo que ella sufrió en mi propio país y buscar salvarla.
La magnífica musa búlgara que, por sólo cruzarse en mi camino, sigue después de años haciéndome escribir, escribir, escribir y escribir.

jueves, 7 de junio de 2007

Reforma es Universal

Se nos han cansado la boca y las manos de hablar de ella como ciudad, pero es que es una galaxia. Impregnada de contraste, la Ciudad de México permite viajar de un mundo a otro cruzando una calle. Y si se sabe tener contenta a la estatua de la Diana Cazadora - que es quien tiene los contactos -, puede uno visitar en calidad de protegé todos los planetas que giran en torno al soleado Ángel de la Independencia, en menos de un año.
Mandada construir especialmente para mí por el Emperador Maximiliano siglos antes, el Paseo de la Reforma es el escenario y formador de mis fines y mis principios: de mis eternas desazones cuando alguno de los factores en mi vida ha cambiado caeteris paribus.

Todo empezó justo hace un año, cuando trabajé en un call-center los últimos meses de mi carrera. Tantas veces patée Reforma para salir o encaminarme hacia justo el mismo edificio en el que mi padre había trabajado durante sus años dorados que de repente la noción de fin de semana y día festivo terminó: había que estar muchos sábados y domingos despierto a las seis para tomar el metrobús y llegar a las 7:00 de la mañana para arreglar a distancia las computadoras de migrantes, seres que han venido a este mundo a vivir en Estados Unidos mientras sostienen la economía de México y claro, para eso necesitan internet.
Con 29 minutos y 59 segundos para comer y 12’ 59’’ para tiempo libre (ir al baño, fumarse un cigarro...), uno se pasaba ocho horas seguidas partiéndose el lomo y compartiendo con gente distinta. Un planeta simple, colectivo, humilde, completamente daltónico a la clase social, agridulce, terroso, hippie, multi-multi. La heterogeneidad y el deseo de heterogeneidad prevalecía. Todos éramos de distintos colores. Era una celebración del respeto a la individualidad, y una hermandad. Todos seres de alguna manera o lado "betas", tan acostumbrados a la carencia o la tragedia que sonreíamos más de la cuenta y dejábamos – a veces por fortuna, a menudo por desgracia – las maneras, vestimentas y modales en último plano.
A decir verdad, a pesar de que amé y crecí casi cada segundo, siempre fui un alienígena en ese universo. Me hice amigo verdadero de pocos, cuate de muchísimos (éramos tantos), enemigo de unos tres o cuatro, pero nunca me sentí 100% en mi agua. Mi condición personal me permitía al mismo tiempo entender perfectamente y ser ajeno a las condiciones comunes de su gente.

Meses después, cruzando Reforma y un poco más hacia el norte, se levanta una oficina magníficamente equipada, con un ventanal enorme donde antes se sentaba un extranjero que come horrible y ahora se sienta mi gran amiga Priscilla; y yo. Aquí cada mañana una tarjeta electrónica me da acceso al piso ocho del estacionamiento donde hay un lugar para mí. El fin de semana ha regresado a mi vida: y entre semana todo es festivo, pues de 9:00 a 6:00, con horita y media para comer y un tolerado exceso de pausas para fumar, lavarse los dientes, bajar por una cajetilla o algo de comer a la calle, ver vídeos, chatear o lo que sea unas cinco o seis veces por hora; el trabajo – unas cuantas llamadas y unos informes – sale pronto.
La noción que ha desaparecido es la de reto y la de cansancio. Un planeta fácil, individualista, prestigioso, elitista, dulce, airoso, despreocupado, amplio, clasificante. La homogeneidad y el deseo de homogeneidad prevalece. Todos vestimos de traje y corbata mientras hablamos de cifras y leemos los periódicos para estar enterados y somos corteses con los clientes al teléfono como los graduados de buena escuela que hemos de ser. Aquí, las maneras, vestimentas y modales están en primer plano.
Y honestamente, a pesar de que hay muchos aspectos – como la gran suerte de trabajar y estar de broma todo el día con tres grandísimos amigos y claro, el cheque quincenal – que me encantan, aquí también me siento un completo extraterrestre incapaz de adaptarse perfectamente a este mundo. Mi condición personal me permite al mismo tiempo entender perfectamente y ser completamente ajeno a las condiciones comunes de la gente que aquí trabaja.

Si mis compas del call-center supieran dónde, y cómo trabajo por el sueldo que recibo; seguramente pensarían que tal cosa no existe así, y lo mismo con mis amigos de la oficina.

Así, la Diana y yo nos entendemos tan bien porque somos astronautas que no pertenecen a ningún mundo, destinados a vagar por la galaxia más contaminada de la Tierra: la Ciudad de México. Somos los que tienen el privilegio de poder cambiarse a la acera de enfrente si la situación lo amerita porque son de ambos lados de la calle, y reírse de sí mismos cuando intentan reírse de los opuestos, porque hemos sido unos y otros en una misma existencia. O todo lo contrario. Somos personas con atributos externos lo suficientemente flexibles como para pararse un rato en universos que no están ni enterados de la existencia del otro. Y vice-versa. Somos privilegiados por poder tener acceso a puertas de paisajes distintos y mirarlos perteneciendo sólo momentáneamente.

Y nuestro gran problema es que, como testigos y observadores, sabemos - en carne propia - que ni los de aquí ni los de allá se sienten verdaderamente felices.

sábado, 2 de junio de 2007

Y

A mi hermana


...Y entonces? ¿Entonces Y?
El tiempo y mis viajes y los aires y el Caribe mexicano y tu pelo han pasado y se nos han ido de las manos y de la vida y de entre los dedos. Seguimos trabajando y combatiendo - contra la Y - y al mismo tiempo caminando y continuando, luchando y cada uno hacia nuestro lado y hacia nuestro camino y rumbo y meta.
Y sólo yo te conozco y veo y adoro cómo te trasluces y eres buena y grande y piadosa y atrás de la arrogancia y la mala cara estás tú y tu verdad. Hace ya muchos meses y experiencias, te leí y te sorprendí y sin que te dieras cuenta, supe lo que hiciste y aquél día te escribí:
***
[...] Y esta mañana de viaje, solo y ante el paisaje simple y duro y hermoso de España, una canción dulce y extranjera y bien cantada me trajo tu imagen y tu recuerdo, cortándome a lo largo y dejando de fuera todas mis vísceras – como le hizo el carnicero un día a aquel cordero ante nuestro asomo y asombro y asco en el pueblo, cuando éramos niños y no nos separábamos -, hasta que no pude contenerme.
Y lloré porque a penas hace tres noches todavía estábamos juntos y asustados y sin saber qué decirnos, ante el centro de esta Y que ya esta separando el camino.

Tu para un lado Y yo para otro.


Bajé la vista y dejé caer las gotas porque sentí que tú, en este mismo autobús y trayecto y hace 2 días, después de abrazarme y subir y decirme adiós con la mano, también sentiste la Y y te acordaste y lloraste por mí. Y me di cuenta que te despediste de mi yo contigo y de tu yo sin mi y del nosotros dos juntos, y notaste que quizás era para siempre y que crecíamos y nos hacíamos mayores y nos alejábamos inevitablemente. Y así bendijiste las risas cómplices que nos brotaron cada día de nuestras vidas (hasta hoy) y nuestras rebeliones contra los padres, y añoraste mi arrogancia, como ahora añoro y adoro tu coletas y tu tos flemosa y tus dudas.
Y te amé por todos estos años felices en que hemos ido en I y de la mano, viviendo en la misma senda y dirección. Y celebré y aplaudí la i y el 1 y la / y el ! y todo lo que simbolizara estar y caminar contigo.

Y maldije la Y.

Y me acomodé para desangrarme a gusto y sin que los otros pasajeros notaran, y espié y miré una pareja sentada delante (dos sin duda envueltos en respeto y amor y felicidad) y deseé lo mismo para ti aunque eso implique que estemos lejos y que estés con alguien que yo no apruebo y al respecto te lo digo ahora: te apoyo y respeto y quiero y estoy contigo en eso y en todo.

Y recé y pedí que si eso es así tengas éxito y el mar se estreche de cuando en cuando y nos permita tocarnos las manos entre continente y continente.

Y entonces bajé a Barcelona y no te noté en el aire. Doy fé de que no estabas ahí como nos habías dicho y de que otra vez el cielo era color sepia como cuando éramos pequeños y el catalán se oía áspero y arrogante y poco melodioso como cuando veníamos en verano y los panes esos tenían muchas menos barras de chocolate dentro que cuando mamá nos las compraba y confirmé lo sospechado.

Y supe que te escapabas y que te habías ido a algún lugar remoto a buscarlo y a estar con él.

Y entonces, ahí, limpié de sangre cuatro de mis mejores besos y los fui empujando hacia cada punto cardinal, para que te alcancen y te abracen y te cuiden dondequiera que estés y con quien estés y mi fuerza te proteja por siempre.

Y luego me puse a pensar - entre ∞s y 8s y Ms y Ws - sobre alguna forma de invertir las malditas letras.


Y después,
respiré fuerte y me sequé los ojos
y seguí caminando hacia mi lado de la Y.




"La luna en tu melena / me ayudó / a seguir tus pasos por la acera. Pero al doblar la esquina del bazar / no se como te perdí / En plena confusión escuché / Dentro de mi corazón / como una voz / marcando la señal /Iba diciendo y me va diciendo

, tú y yo, TÚ Y YO, tú y yo ..."

[Mecano, Tú Y Yo.]