martes, 9 de enero de 2007

De la inmortalidad del cangrejo

Somos inmortales por lo que hacemos. Quien se vuelve inmortal es recordado por aquello que la gente percibe que hacía, hizo, le gustaba o le gustó. Últimamente, en un lapso brevísimo he recibido muchos libros. Cuando algo está bien dado, trae consigo un pensamiento tipo ¿qué le doy, qué le gustará a ... ? o algo así. Ser regalado con muchos libros (buenos y profundos todos) es una clara señal de que el entorno percibe que prefiero los nobles libros a las nobles botellas. En otras palabras, soy más ñoño que bohemio a los ojos de mi gente.
Tengo un amigo inmortal al que veo poco, famoso porque según el sentir popular, nadie cuenta chistes, bebe de su zapato, ríe, hace reír, grita, bromea y disfruta la borrachera en todas las cantinas y reuniones sociales como "el Pony". En 2003, tuve oportunidad de compartir un viaje a los alpes austriacos con Joaquín, un tipo serio, cultísimo, devorador de altos libros, absorbido en la cultura, pensador sensible y dedicado (y fueron demasiados pocos días); con quien además de tener la mejor borrachera de aquél verano, tuve conversaciones increíbles, de verdad significativas, distingibles al recuerdo entre el típico mar de temas superficiales que inundan las pláticas en el extranjero. Ése mismo es el Pony.
Nuestra inmortalidad depende de la percepción de quien nos rodea, no de verdad de nuestras cualidades primeras. Nadie nunca me regaló un micrófono, ni un cuaderno pautado, o un pincel o pluma de escritor. Seguro lo mismo le pasa a Joaquín el Pony: estoy seguro, este año recibió pocos libros y muchas botellas. Y a lo mejor se sintió como yo. Justo de eso habla Milán Kundera en uno de los enormes libros que recibí estos días: sobre ejemplos ridículos de inmortalidad como Tycho Brahe, astrónomo recordado por el día en que se hizo pipí en la mesa. Por cierto, seguro que a oídos del autor no llegó la historia del orgullosamente mexicano Tigre de Santa Julia, porque entonces la habría inmortalizado en La Inmortalidad.
Y aquí la reflexión más especial, porque Kundera - una especie de paparazzi checo del futuro - habla en este libro del gran Wolfgang von Goethe y sus inmortales rasgos. Me remonto a un café sin nombre (no tenía letrero, y los meseros no sabían) que está en la Kastanienallee de Berlín, donde hace menos de un mes tomaba café con Christine, mi maestra en casi todos los aspectos. Hablando del eterno trauma de los 25 años, me decía que a mi edad Goethe ya era Goethe (Goethe war schon Goethe), dando a entender que ya había alcanzado el status de gran escritor que nos hace hasta hoy recordarlo. Lo decía así, como si desarrollarse a tope significara la consumación de ser uno mismo, solamente porque el ampliamiento personal pleno es la imagen que más se queda en la mente en términos de inmortalidad. Como si cuando niño, mientras aprendía a escribir, el gran escritor aún no fuera Goethe, sino Goethe-potencial.
Y entonces, me pregunto si ya soy Jesús Catalán. Si ya llegué a mi cumbre, a mi tope. Si Viridiana Ríos está a punto de serlo porque se ganó la super beca, o aún le falta mucho más; si Muradás a sus veintitantos (Felicidades) ya es Muradás o le falta crecer todavía mucho más.
A decir verdad, muchos momentos en Alemania olían a cielo, a cima de vida. Creo, por eso necesité tanto una cámara de fotos. Moriría por saber si esto se pondrá mejor y aún vamos siendo potencia de algo que falta por florecer, o el pico de la existencia para mí fue alguna de esas noches en las que caminaba por la fría Friedrichstrasse berlinesa y cantaba bajito y sentía que iba incendiando la ciudad. Saber si somos ya un acto, si somos ya gallos que se sacudieron la última partícula de cascarón caminando entre la nieve de Múnich, o contestando el último inciso del examen para la gran beca.
Y ojalá no.
De todos modos, y muy personalmente, quizás mi momento más digno de inmortalizarse fue aquél día que recibí una orquídea de parte de una especial viajera, pero más bien si alguien a mi muerte se acuerda, quizás va a nombrar que un día escribí durante largo tiempo y me daba preocupación perder el interés de quien se hubiera aventurado a leer esto desde el principio.
Ojalá falten muchas tardes que me conviertan en algo mucho más inmortal que lo que soy. Muchas. O todo depende. En momentos de envío de currículums y entrevistas como este que vivo, preferiría ser el que escribió sobre la inmortalidad del cangrejo en un blog, al gran empresario. Hay inmortalidades a las que renunciaría antes de aceptar un puesto de trabajo.
Pero lo que me hace levantarme en estos días de incertidumbre, es la posibilidad de descubrir quién de mi entorno ya es su imagen más inmortal y quién no. Ver que a mi juicio, casi todos seguimos siendo potencia a pesar de ya haber vivido grandes cosas. Lo que me mueve es la lucha por convertirme en el que escribió sobre la inmortalidad del cangrejo en una novela que después fue traducida a muchos idiomas, o el que cantó sobre ella.
Y sólo el tiempo y la muerte nos traerán certeza. Aunque algo es seguro señores: si aún no ha llegado, nuestra condición de acto pleno ocurrirá a una edad mucho mayor que la de Goethe cuando le llegó a él. Y qué bueno.
Mientras tanto, me encantará seguir recibiendo buenos libros, sin que nadie ponga más atención de la cuenta a mi afición por las botellas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te conozco, principalmente, por recibir orquídeas y escribir posts geniales sobre la inmortalidad del cangrejo. O sea que, por lo que a mi respecta, ya eres inmortal. Lo siento mucho: Jesús war schon Jesús.

Hectorin dijo...

El impactar en la vida de los demás nos hace inmortales. Sin duda "De mi mano a tus ojos" ha causado un impacto en mi vida.

Sin embargo, esto para mi no significa que ya te hayas desarrollado a tope, sólo quiere decir que te has hecho inmortal por ciertas cosas.

Creo que aún hay más que ofrecer y siempre podemos superarnos a nosotros mismos. Creo que la vida está llena de cimas y de momentos en las faldas, eso es lo que nos hace querer vivirla con tanta intensidad. Tal vez sólo al final de tu vida, en tus últimos respiros, puedas voltear y observar cuál fue tu cima más alta.

Estoy seguro que aún tienes muchas cimas y muchas faldas que recorrer en tu vida. Y con cada paso en el camino te inmortalizarás un poco más.

P.D. Suerte con tu viajera especial

Nessa Yávëtil dijo...

¡Estamos esperando ese libro sobre la inmortalidad del cangrejo! Muy seguramente lo traducirán a muchos idiomas.

Dlx dijo...

muchas cimas, como dice Hctrin.

cuando un ser humano es siempre hermano, hijo, pareja, amigo, comapñero, contribuyente, vecino, pretendiente, aspirante, ganador, perdedor, servidor, consumidor, entre otras cosas, todo a la vez...

resulta triste que te inmortalices sólo como una de las miles de cosas que te caracterizan.

inmortal poeta de diplomáticas pepinas, eres también inmortal hijo putativo de Berlin, inmortal amor platónico, inmortal defensor de los derechos de los niños, inmortal amigo de parrandas...

creo que son los grados, siempre, el verdadero asunto...

...ya sean etílicos, académicos, centigrados, o de "mortalidad".