sábado, 16 de septiembre de 2006

El muerto

Uno de los pocos rasgos personales – y por cierto, inconvenientemente arrogantes - que no se me han borrado en toda la vida ha sido el profundo amor a la lengua y la expresión efectiva. Soy uno de esos que están seguros que la cuidadosa elección de las palabras puede cambiar el resultado de cualquier mundo.
Mi madre, a pesar de ser la mejor de todas, tiene sus lados obscuros. Sin duda, el que menos aplaudo es su descuidado manejo de las preposiciones, que se acentúa especialmente cuando habla de reposterías y/o panaderías. Me acuerdo perfecto de mi disgusto cuando de niño preguntaba qué había de postre y me contestaba arroz de leche, no arroz con leche.
Peor aún, hasta la fecha, algún día en el desayuno me hace rabiar ofreciéndome pan de dulce, porque entonces en mi mente veo panes de colores hechos de caramelo o literalmente de azúcar, muy distintos al simple pan dulce.
Pero el peor de todos, llega por ahí del dos de noviembre, cuando las panaderías desbordan esos que llamamos panes de muerto, y mi madre se apresura a decirme, ya compré un muerto, para que nos lo comamos con chocolate caliente... Me parece lo más bárbaro utilizar una expresión así, porque en mi mente me imagino ahí un cadáver de esos de película de espantos, sobre la mesa.
Pero es mi mamá, y así la quiero.
Anoche, estuve en la fiesta de cumpleaños de uno de mis más queridos amigos, y me la pasé increíble. Pero hoy, tenía que levantarme a las 6 de la mañana para llegar al trabajo a las siete (7:00 A.M.). Sí, hoy, día en que todos los mexicanos duermen la cruda después del Día de la Independencia, yo estaba obligado chambear. Así que decidí, al igual que uno de los asiduos lectores de este espacio, desaparecer como un muerto, sin despedirme, para ir a mi casa a dormir algo.
Y entonces, al dar la vuelta por la Avenida Revolución, con unos cuantos tragos encima, las luces azules y rojas de muchas patrullas me intimidaron. Alcoholímetro pensé. Ya me llevó...Dos o tres segundos me devolvieron una imagen que ya nunca se me olvida. Al voltear, en el suelo estaba un hombre tirado, muerto. Desde su cabeza y muchos metros hacia fuera y en redondo, el suelo estaba embebido, calado de sangre. Parecía rebanado: no supe dónde quedó una mitad de la cabeza, porque no estaba esparcida por ahí, ni aplastada, daba la impresión de que estaba enterrada en la calle, o más bien de que alguien le había hecho un corte macabro completamente plano, lo cual hacía que su cara en horizontal encajara como rompecabezas sobre el pavimento.
Un muerto, que me hizo pensar dos veces antes de volver a decir yo prefiero morirme rápido, y no de una enfermedad que se prolongue. Su muerte, aunque rápida, fue amarga, dolorosa. Lo sé bien porque me lo dijo el único ojo muerto que se le veía, volteado apuntando hacia arriba, como los de esos desnudos que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Lo sé bien porque su boca abierta y sus dientes limados contra el pavimento enmarcaban una mueca de terror intenso, de agonía, de gritos y sollozos atrapados unos buenos segundos eternos y luego filtrado a través de las grietas del cráneo roto.
Llevaba una camiseta blanca de algodón, y jeans. Como cualquiera de nosotros, cualquier día. No venía ni iba a una noche mexicana, no estaba viviendo una noche especial: no sabía que se iba a morir. Ignoraba lo frágiles que somos, lo poco que se necesita para quitarnos la existencia.
Y horas después, mientras yo pasaba junto, su sangre se secaba, y nadie abrazaba su cadáver, ni siquiera lo cubría con una manta. Su familia, si tenía, no lo sabía. Quizás, antes de irse de casa, tuvo como yo una hermana preocupada que le rogó tener cuidado porque la noche del 15 todos se emborrachan. Quizás no tenía nadie y si debí bajarme y rezarle un padrenuestro y ver si podía dar el dinero para un entierro modestón, para que si nadie lo identificaba hoy no lo llevaran a tasajear a alguna universidad para que los alumnos de medicina aprendan anatomía. No encontré nada en las noticias, ni en los periódicos, a nadie le importó. Nadie lo sabe. No pasó. Esta tarde ya llovió fuerte: muy seguramente, el olor de su sangre joven muerta ya está borrado para siempre. Sepan que anoche alguien murió en Revolución, en nuestra ciudad, mientras nosotros oíamos chistes y bebíamos ron.
Y como su cara partida, de un lado sangrante y del otro seco, la muerte y la vida.
Algo que se me olvidó, es que quizás, la parte seca era la triste, y el lado carnoso que quedó contra el suelo era el contento: el otro extremo de su boca que nadie vió en sus últimos momentos, sonreía. Así quiero imaginármelo.
Porque después de ver eso, esta madrugada, cansado, sólo, crudo, a las 5, muerto de frío, en silencio y en lo obscuro para no despertar a todos los mexicanos mientras dormían, respiré mucho y grande y fuerte y profundo con gratitud por estar vivo, por poder sentir el calor del té de manzanilla con miel más simple bajar por mi garganta y tráquea hasta el esófago y no estar helado. Porque a pesar de todo, aún me quedaba por lo menos un día, y si tenía suerte, me va a tocar estar alrededor de mi madre muchos días para oírla hablar de panaderías y reposterías.
Réquiem por Anónimo, muerto el 15 de septiembre de 2006. Que en paz descanse.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡qué contraste! de reír por lo del pan de muerto a simplemente imaginar lo que viste med ejo con una extraña sensación.

JC dijo...

Anonymous:
Justo! Esa es la idea, una extraña extraña sensación. Como podrás imaginarte, no quiero volver a oír "muerto", cuando se habla de "pan de muerto", porque ahora la imagen mental que tengo me supera.
Gracias por la visita.

Dlx dijo...

Hace tiempo no venía. Ya no voy ni a mi blog... (qué triste).

Pronto regresaré (pronto... unos días o semanas), pero de pronto siento que debo decirlo ahora y no un minuto después:

eres grande, Jesús Catalán.

Y ojalá la vida nos regale siempre un último minuto y no quedemos así, tirados en el pavimiento del tiempo, estrellados contra la finitud, sin poder decirnos te quiero antes de morir.

y por eso nos despedimos, vdd?

te veo mañana

Nessa Yávëtil dijo...

Una vez cuando era chica e iba en la carretera a Puebla ví a un hombre totalmente destrozado estrellado contra su volante. Mi papá nos dijo a mi hermano y a mí que no voltearamos, que nos taparamos los ojos, pero la curiosidad es grande y no pude evitar mirar. Muchas veces que pienso en la muerte o veo un accidente en la calle pienso en ese instante. Si, que descanse en paz, el y todos los muertos anónimos.

Julieta

P.D. Leí en el blog de Sergio que te graduaste. ¡Felicidades! ¿Cómo está eso de Alemania? Cuenta los detalles.

Fabrizio dijo...

Macabro relato, triste y verdadero a la vez. ¡La vida es frágil! Aún con todo lo que comentas prefiero una muerte asi que no meses y meses agonizando. Tambien el 15 pero en la mañana se cayó un obrero de esos que limpian los vidrios desde un andamio colgante del quito piso del edificio en que trabajo. Tambien murio pero ese no pudo ir a festejar.
Saludos.