miércoles, 26 de julio de 2006

Una tarjeta postal viviente

Puso en marcha el coche en el estacionamiento y dejó escapar la última bocanada de humo de un medio cigarro que empujó hacia afuera con la mano. Algunas volutas quedaron dentro y lo acariciaron, intuyendo que tenía ganas de un abrazo. Por fin iría de regreso a su casa después de una jornada de trabajo siendo obrero: clientes arrogantes, hacerse de palabras con el supervisor, comer de pie y en movimiento. Quería estar encerrado dentro de su pequeño universo, un coche casi en buen estado. Todo el día había tenido atorada una de esas gordas y agridulces lágrimas que se quedan en la boca del estómago y amenazan con precipitarse hacia el esófago cada vez que la menor brisa de aire sobre la fibra sensible provoca una melancolía leve-sostenida. Quería por fin crear un espacio introspectivo tan riguroso que la permitiera si era necesario trepar por la parte de adentro de sus pómulos hasta caer hacia abajo a través de sus ojeras. Se quitó los auriculares de la música, siguió manejando perdido sobre la gran avenida. Entonces se dijo que se hablaría claro en voz alta, por muy ridículo que fuera, pero su voz no respondió. No salió. No gritó porque no pudo, las cuerdas vocales en coma. En silencio, repasó lo que sentía: satisfacción, cansancio, miedo, felicidad. ¿Felicidad...? Estaba remezclado por dentro. Se preguntaba si era posible que a pesar de no ser la típica imagen de prosperidad existía dentro de sí una felicidad genuina. Estaba a pocos meses de cumplir los 25 y no era ni remotamente rico, ni famoso, ni extrordinario como siempre había querido. Era más bien normal. Corriente. Inclusive estaba a un día de terminar ese bloque de tiempo que tanto pesó, el símbolo de que siempre no, de que ya no sería lo que había soñado. Por lo menos no de joven. Nadie lo notaba: no era una exitosa perfecta imagen. Por eso lo sorprendía sentirse tan feliz. El júbilo le había dado un puñetazo de esos y lo había encontrado con la guardia baja. Estaba aterrorizado. Mientras manejaba y mucho antes de agradecer al cielo, pensó que, por regla de equilibrio, siempre que había recibido más un día, había encontrado menos el siguiente. Se había hecho hombre pagando (con intereses) las facturas de todo lo que se comió y eventualmente le fueron cobradas. Y entonces murió de miedo por sentirse tan pleno, tan completo. Se horrorizó de lo que podría encontrar quizás la mañana siguiente. Entonces, un corto circuito entre las dos chispas de felicidad y miedo al chocar precipitó un milagro. De repente, teñido de negro transparente, se encontró desprendido de su cuerpo y pegado - como un hombre de Vitrubio - a la telaraña de la noche y desde arriba, miraba pasar los coches del enorme paseo. Aprovechó su cuerpo abstracto, camuflado y nocturno para inducirse el llanto invisible que necesitaba. Así no habría prueba material de que lagrimeaba, nadie lo sabría. Se rompió así porque aunque parecía que mañana se despediría de algo que aprendió a querer, en realidad se despedía de sí mismo. Como en un entierro, sabía que después de mañana aquel estudiante no volvería a existir: esa parte suya, tan secretamente disfrutada, se perdía para siempre. Cuidando no arrugarle la piel a la obscuridad, suspiró fuerte, fuerte, y se dijo adiós. Entonces bajó una vez más la vista hacia lo que reconoció como el Paseo de la Reforma. Con la Diana Cazadora de fondo, iluminada en luces de colores lentamente intermitentes que la hacían única a cada momento, un acercamiento acelerado lo llevó a mirar un hombre joven despeinado, conduciendo un chevy arena cuatro puertas. Tomó de improviso mucho aire porque se maravilló en exceso de poder presenciar cómo en el corazón de México, y mientras alcanzaba a escuchar que desde algún lado de allí adentro se oía a Rosario cantar quedito una canción, una tarjeta postal en movimiento cobraba vida. El tipo sonreía pensativo, en gesto normal y corriente, pero emotivamente feliz con algunas trazas de nostalgia. La estatua luminosa lanzaba una flecha neón al centro de su frente. Aunque nadie lo notaba, aunque no era lo esperado o lo típico, era una perfecta imagen exitosa.

5 comentarios:

joy dijo...

Hola, Guapo !

Anónimo dijo...

aunque no se por que no se quedo lo que te escribi en tu post pasado (felicidades excelente investigacion) te veo que sigues dando tambaleos para caminar derecho y cambiar le cuesta trabajo a todos sin embargo tu no te derrumbas y deprimes como los demas siempre vez el lado positivo a lo que te sucede o terminas, eso lo admiro,
un abrazo brother.

hellboy.

JC dijo...

querida correctora de estilo:
como siempre, tenías toda la razón, muchas gracias por la corrección ;)
borrada está la arrogancia...
GRACIAS por la honestidad

Anónimo dijo...

Hola rocko los invita a su blog www.soyentrepreneur.blogspot.com

vro* dijo...

still waiting for the pink photos!!!

besos