miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuando hay pa' carne es vigilia

Después de graduarme, cada que vuelvo a mi universidad me nace escribir. Simplemente es muy inspirador. Así que tras dos visitas en esta última semana, aquí estoy desahogándome. Y es que cuando estudiaba allí y vivía entre esas sabias paredes, nomás no me nacía escribir.
Resulta que la nueva política impide que un ex-alumno acceda al estacionamiento. Cuando inicié mis estudios, no tenía cómo irme. Me despertaba una hora y media antes que todos para tomar un autobús al metro, después el metro, y después otro autobús a la escuela. Para regresar siempre buscaba un aventón. Como a la mitad de la carrera me compré un coche. Para estacionarlo, había que cubrir una cuota semestral que mis papás nunca quisieron pagar, así que yo dejaba mi coche en la esquna con
don Róber, que se convirtió en gran amigo, pero que casi nunca tenía lugar y siempre me hacía llegar tarde a clase. Ahora, que regresé en mi papel de ejecutivo muy acá, quise evitarme complicaciones, pero ya no pude entrar al estacionamiento. De cualquier forma me encantó ver a Don Róber. Sigue allí.
Al entrar, y salvo por la mala impresión que da el exceso de jeans pegados que no favorecen en nada, es inevitable sentirse seducido por la esencia flotante de la juventud estudiosa que impera en el lugar. Además, miles de millones de guapas se pasean ahora - en una forma que antes no recuerdo - por todos los pasillos. Llegué tarde a esa repartición.

El trato del personal de servicio es mucho mejor ahora que uno regresa en plan señor, ahora resulta que todas las vejas malencaradas de antaño son hasta educadas.

Hace poco recibí una oferta para trabajar en los premios MTV Latinoamericanos que tendrán lugar en México en octubre, una especie de sueño que siempre quise realizar. Llegó y tocó a mi puerta. Pero había que dar recibos de honorarios y no alcanzaba el tiempo para hacer los trámites. No voy a poder hacerlo.


Cuando por fin hay para carne, resulta que estamos en vigilia.

Uno de los placeres que más disfrutaba cuando estaba estudando allí eran los chilaquiles de la cafetería. Excelsos. Me los zampé durante la primer visita. El segundo día que anduve por ahí, algo en mi conciencia encargado de que no vuelva a engordar me advirtió que no iba a ser posible darme el banquete una segunda vez.
Me senté meditabundo y fascinado a ver a la gente pasar en el Partenón, que es como se llama el lugar donde estuve toda mi carrera sentado hablando con mis amigos. Pensé que hay que disfrutar del pollo y el pescado y la pasta, y de todo aquello que no sea carne, y no vivir deseándola; porque de repente la vida es tan perra que te la otorga cuando ya no puedes comértela.
Lo que tienes hoy es lo mejor que puedes tener, así que a hincarle el diente.
Me llegó el perfume de los chilaquiles de la cafe, y la "vigilia" me valió madres.
Obviamente, me los tragué. Quizá hayan sido los más ricos que he probado en toda mi vida.

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