domingo, 1 de febrero de 2009

Del por qué amo el primer día de febrero (y los tamales, claro)

Cada 6 de enero, las panaderías de todo México se llenan de roscas de reyes. A algunos ya hasta se nos olvidó el significado católico de esta tradición y simplemente disfrutamos sopearla en espumoso chocolate Abuelita. Mmmh.
Por cierto, a pesar de que un 99.9% de los clientes reporta amar las partes de la rosca que por encima tienen una mezcla de azúcar con mantequilla , las pastelerías no dejan de ponerle higos y otras tiras rojas y verdes que no sé qué son y que si me tocan en mi pedazo de rosca no me como. Pero no importa. Que siga la tradición.
Dentro de cada una, vienen muñecos de plástico o porcelana, y a quien le toque el niño, deberá pagar los tamales el 2 de febrero. Son las reglas.

2004 es para mí el año en que a la vida se le pasó - por mucho - la mano conmigo, un tiempo triste que me arrancó de la persona que más quise de niño, quien por cierto me inculcó la tradición del 2 de febrero: mi abuela.
Ese maldito año, lo pasé metido en un hospital, y para qué entrar en detalles trágicos de algo que ya pasó. El caso es que - ahora puede contarse con más soltura -, el 6 de enero de 2005 no hubo rosca en mi casa.
El primer día de febrero de ese año, recuerdo cómo mi madre habló con nosotros y nos dijo que una estancia de hospital tan larga y un entierro habían sido gastos demasiado fuertes, y que por primera vez en nuestra vida no iba a haber tamales el día 2. En la madre.
Siendo por naturaleza un devorador de comida mexicana, no se me olvida cómo maldije todo y pensé que sí, que como muchas obras de la tele y los libros y las pelis, la vida era una perra y me estaba tocando vivir en mis carnes la frustrante injusticia esa tan publicitada.
Y experimenté la rabia de buscar por todas partes esos billetes que quedan por descuido en los bolsillos y hablar con la jefa para pedir un adelanto y patear la cama con los puños cerrados de frustración.

Un día después, el 2 de febrero de 2005, me fui a clase sin desayunar. Llegué a mi casa a eso de las seis. Por ahí de las siete, tocó la puerta una mujer chaparrita y suave, soy Raquel, nos conocimos en el entierro de tu abuelita, me dijo. Venía con su hermana Rafaela.
Eran dos oaxaqueñas, personajes sobrevivientes de una historia casi telenovelera en la cual mi abuela por su cariño desinteresado era también un personaje clave.
Nos traían tamales (oaxaqueños, claro), muchos, una olla, para todos.
Recordaban a mi abuela con el mismo cariño que nosotros, reconocían el esfuerzo de mi madre de cuidarla hasta el último momento con amor. En el fondo, confieso que todavía creo que fue mi abuela la que me vió renegar y me mandó a estas mujeres a darme una lección asegurándose de paso que en mi mesa no faltaran los tamales un día tan especial.
Esos fueron los tamales más ricos que he comido en mi vida. Los de dulce eran dulces, dulces, como nunca. Esa noche mi madre, a su manera católica, rezó y agradeció. En secreto, visualizando la famosa luz al final del túnel, hice lo mismo, por si acaso existe dios.


Este increíble 2009, no me tocó el niño en la rosca.
Comí muchos pedazos: probé la rosca del Elizondo y la del Superama, y la del Soriana y la del City Market (la ganadora de este año por su sabor a auténtica mantequilla), y en ninguna me tocó el muñecucho.
Tengo mucho trabajo. Vivo un mundo en el que escribo, creo, comunico. He superado los días negros y aprendí a vivir con la ausencia. Tranquilo, en paz. Estoy vivo, saludable, como mi familia y mis amigos. Soy un tipo honesto - suena clichoso pero sí-, puedo ir a pararme donde haga falta porque todo lo que tengo me lo gané a pulso y no debo nada a nadie. Sí sí, la crisis se siente, pero también la energía propia de los 27 que permite trabajar demás para estar bien. Estoy hasta arriba de proyectos chidos, a punto de embarcarme en la mini-odisea de conseguir un título de postgrado. El internet permite compartir música, mis amigos saben que el regalo perfecto para mí es un libro y cada mes puedo pagar (puntualmente) mi membresía Cinemex. Coincidentemente con esta época, soy adicto a la música y a la lectura y al cine.

Y entonces, recordando lo que viví hace 4 años, el contraste es tan delicioso que da hambre. Quiero disparar los tamales.
Invitar a todos. Oaxaqueños rojos (mis absolutos favoritos), o verdes, o de rajas, o de mole, o de dulce, o de los de piña. Compartirlos y tragármelos hasta no poder más.
Qué delicioso es tener cosas por las que agradecer. Tener gente alrededor con quien sopearlas en chocolate. Vivir un día como este y como el de mañana. Aunque es día feriado en México, ni modo, trabajaré.
Porque ya aprendimos que la vida sube y baja, que hay que estar preparados siempre para las caídas y que, en estos tiempos de desempleo, el trabajo - con todo y lo que pueda faltarle - sabe a tamal de dulce.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME ENCANTAN TUS RECUERDOS DE TU ABUELA,Y LAS TRADICIONES DE TU MEXICO QUE ELLA Y TU MADRE(GRANDISIMA Y MUY QUERIDA) TE HAN TRANSMITIDO
ESTOY FELIZ DE QUE TE SIENTAS DICHOSO EN LA "OLA" DE LA VIDA.
SIGUE DISFRUTANDO.
KISSSSS
ZARAGOZA-ESPAÑA-