domingo, 26 de abril de 2009

Seleccionado Natural

Habito un mundo en el que casi 90 millones de personas están en extrema pobreza, muriendo de hambre. En mi planeta, los medios de comunicación y las corporaciones se anteponen a los seres humanos como yo. La presión colectiva propagada prácticamente obliga a perseguir un sistema de vida en el que hay que buscar a todo precio la forma de acumular cosas materiales para considerarse exitoso. Procrear implica un riesgo de morir. Los mejores años de mi juventud coinciden con un momento histórico en que las finanzas globales están en crisis, por razones que ocurrieron lejos de mí y de las que yo no soy responsable.
Nací en un país en el que la corrupción y el fraude están generalizados, sistematizados y a menudo incorporados a la cultura. La omnipresente violencia y el narcotráfico propician absurdos como un partido "verde" que promueve la pena de muerte a los secuestradores. Soy además ciudadano de otro país en el que la tasa de desempleo ha alcanzado niveles históricos y donde la recepción de migración masiva hace insoportablemente tangible el racismo.
Vivo en una de las ciudades más pobladas e interesantes del universo, en estos momentos desierta y paralizada por la epidemia de un nuevo virus que parece ser una mutación que incorpora gripe porcina, gripe aviar e influenza: una auténtica amenaza para la humanidad. El gobierno me recomienda no salir de mi casa salvo para lo indispensable y tomar todas las medidas sanitarias posibles. Ni los niños ni los jóvenes irán a la escuela y tanto el panorama como las noticias paracen ser sketches cómicos o escenas de una película de ciencia ficción en la que el mundo se va a acabar.

Según entiendo, esto antes no era así.
Y a pesar de que tengo una terrible nostalgia de lo que no viví (Ese mundo próspero, acogedor, tranquilo), no noto en mí el desánimo propio de estos apocalípticos tiempos.
Algo en el consciente me dice que debería sentirme preocupado, pero en el fondo me siento seguro, tranquilo y listo para continuar. Una fuerza interna inequívocamente indica que aún no es tiempo de morir.

Ser un sobreviviente aquí y ahora, es maravilloso.
Me hace sentir que si hubiese nacido en 1950 tal y como soy: con las habilidades y actitudes que la hostilidad de mi época me ha exigido desarrollar, habría sido un campeón olímpico o algo parecido.
Me hace alegrarme del privilegio que es pertenecer al grupo de seleccionados naturales encargados de imponer la tolerancia, el entendimiento y la sustentabilidad del mundo, paso a paso. O morir dignamente en el intento.
Porque de todas las pinches cuidades en el mundo donde podría haber surgido un brote de influenza extraño, tuvo que ser en la mía.
No existen las coincidencias. La razón en este caso, es que mi generación es la afortunada que tiene la capacidad de combatir. Somos el ejército de los que se espabilaron porque tenían que.
Hemos sido pues, bendecidos, y no podemos dejar de sentirnos así. Ni siquiera en estos inciertos momentos. No podemos perder el sueño angustiados por lo que puede pasar. Debemos descansar y mantener la calma, porque desde ya tenemos mucho, pero mucho por trabajar.

viernes, 24 de abril de 2009

Este blog te invita a vivir, a pesar de la influenza

"Anyone who, can touch you, can hurt you, or heal you"
- Natasha Bedingfield

Todo lo que te rodea puede matarte.
Sí, ese piso reluciente que acabas de abrillantar. Puedes elegantemente estrellarte contra él a causa de una pizca de jabón. El lápiz con el que escribes, afiladito, finamente clavado en tu garganta...
Todo lo que no se puede evitar - un enamoramiento, una pérdida, un beso, un asalto, un buen libro -, tiene el potencial de aniquilarte.
Sinceramente, también espero que este blog sea capaz de matarte.
Los seres vivientes nos rompemos con facilidad: Piensa en el tallo de una planta, en un animal, en la facilidad con la que crujió algún hueso que te hayas fracturado. Sin embargo los humanos escalamos montañas, salimos de nuestras casas, pisamos la superficie lunar, leemos el periódico, cruzamos continentes en patera, bebemos café, hacemos el amor.
Caminamos bajo las palmeras a pesar de que nos puede caer un coco encima.
Viajamos bajo las estrellas a pesar de que puede impactarnos un meteorito.


Así que hoy que el gobierno de México plantea evitar ir al cine y te invita a la parálisis de quedarte en casa con miedo a causa de la epidemia de influenza, este blog te exhorta a no limitarte. Porque todo tiene la capacidad de hacerte vivir así como de hacerte morir.
La precaución es absolutamente necesaria para continuar viviendo. Sé inteligente, planea, investiga, piénsale.
Piensa que no sólo una epidemia puede matarte. Vé al cine. Come tacos al pastor. Y pollo y aves. Baila y lee. Salta y respira muuuuuy profundo. Dale la oportunidad a la vida de saber si el aire que te manda es puro o no. Por favor. Vale la pena.

El miedo es la peor epidemia, y se combate viviendo intensamente.


DISCLAIMER: Este blog no se hace responsable por la muerte de sus lectores.
Si te maté, perdón.

martes, 21 de abril de 2009

Tutéame siempre por favor

Ayer por fin regresé a mi universidad a investigar.
El trabajo cada día me deja menos tiempo y mis horas de sueño disminuyen conforme avanza el calendario. Me dí cuenta que si me esperaba a que bajara mi carga de chamba para ir, igual llegaba el 2017.
Y no, no me reconocí entre las paredes de la biblioteca. De allí no soy. Ya no. Mi trabajo me ha costado que escriban
Director antes de mi nombre, en todas mis gestiones laborales actuales. La semana pasada me encontré por primera vez en la vida un par de arrugas junto a los ojos, y la verdá es que me sientan muy bien.
Tengo la enorme fortuna de no tener que vestirme de uniforme para trabajar, así que - no sé si la mente me haya jugado una mala pasada o no - me sentí perfectamente camuflado dentro del paisaje estudiantil. Con el perfil más bajo que se le ha conocido a un ejecutivo graduado, entré con mi corte hippie mal peinado y mi barba de 125 días y mi playera pandrosona y mis jeans ahí dos tres mugrosos, y naaaadie me vio con cara de
qué hace este abuelo aquí. Y me sentí bieeen chido.
Esta vez ni tuve tiempo de enamorarme de la esencia universitaria ni de añorar nada, el tiempo apremiaba y había que escudriñar tantas bases de datos como fuera posible. Nostalgia: cero.
Resulta pues que el tema sobre el que quiero escribir para mi
máster ha sido tratado por decenas de investigadores alrededor del mundo, así que voy a tener que sacar la casta y buscar ofrecer un enfoque nuevo, un twist, algo actual…Y pa’ eso tengo que encontrar y leer muuuucho.
Justo estaba pensando que no importa lo que pase, uno nunca es lo suficientemente culto o documentado, y el creerse muy chido está de la cachetada, cuando oigo los gritos de un tipejo. En la bi blio te ca (!!!). El ñoño que llevo dentro se resquebrajó condenando al desgraciado aniquilador del silencio que se ha de guardar siempre en toda biblio. Vamos, que a mi toser me daba pena.
Aparte de todo, era un pinche ruco quedándose calvo como de…’
say...35 años… Seguro el pobre diablo estaba ahí - con su trajecito, su corbata y su calvicie inminente - para lo mismo que yo, para estudios de posgrado. Los de licenciatura no se ven tan acabados ni se comportan como malcogidos. Con total desaprobación escuché cómo le decía de mala manera al profesor que ayuda a que busques en las bases de datos "y no me tutee". Me encabroné.
Me pregunté en qué momento malinterpretamos uno de los aspectos más hermosos del español: el Usted y el tú. Pensé que yo quiero que todos me tuteen. No se me ocurrió situación alguna en el que sentiría que alguien es insolente por dirigirse a mí de tú. Ya sé que es muy pronto, pero ni cuando me convierta en jefe de jefes de jefeses querré.
Entonces el profesor, tranquilo, acompañó al ruco alumno a una computadora justo frente a mí. Aproveché para volver a dedicarle mi peor mirada posible. Y entonces, ante toda clase de insolecias, el prof no perdió la elegancia y se mostró tranquilo, le explicó dónde podía buscar, le presentó muchas bases de datos. Aplausos para él.
Al salir, siendo una sombra desapercibidísima, le pregunté al mismo profesor que desde cuándo estaba disponible una base de datos que me había servido mucho.
Uuuuuuh. Desde que estoy yo aquí. Hace dos años que me gradué. Uuuuh sí, yo llevo aquí 15 años.
La admiración que me nació ahuyentó al coraje, me alegré de que alguien tan sabio y sereno me permitiera tutearle.
Qué rico es poder hablarle a los chidos de tú: de igual a igual, con respeto, como quienes exigen el Usted nunca van a alcanzar a entender.

domingo, 12 de abril de 2009

Gran Torino

Hace ya más de un año pasé amargos meses preguntándome por qué coño no había volteado de cabeza el escritorio de mi jefa coreana antes de irme para preguntarle cuál fue la razón por la que nunca vio en mí al jefe de jefes que llevo dentro.
Gasté preciosos tiempos creando teorías, infiriendo que quizás la gruesa capa de gggrasa que entonces cubría mi hoy serrano cuerpo fue lo que le impidió a la asiática vislumbrar mi interior y por eso me tuve que salir por piernas hacia los brazos de una empresa sueca que sí sabe lo mucho que chambeo, porque otra cosa que pudiera haber fallado seguro no era. No quería saber nada de Asia y, como los quemados, moría de puritito ardor.
Así que no voy a negar que hoy, ante la propuesta de ir a ver la nueva peli de Clint Eastwood, en la que este viejito le parte la madre a un par de asiáticos pensé que sería divertido. Si un día me encuentro a Clint y él aún es capaz de entender lo que le digo, le reclamaré por hacerme chillar tantas veces. Véase "Million Dollar Baby". Y más aún, no deje de ver "Gran Torino", caja de
Kleenex en mano.
Siendo el tiempo el auténtico remedio casero para todo, y habiendo salido conmovido de esta gran obra, me nace actualizarlos y ser muy honesto para que esté completa mi historia con los coreanos. Porque para estas fechas, la vida ha puesto las perspectivas en su justo lugar. He de reconocer que, si mi asiática jefa me hubiera ascendido, seguramente seguiría allí en la embajada: gordo, malcogido, trajeado, harto e infeliz. Es ella a quien tengo que agradecerle que no me vislumbró para quedarme ahí y me cerró la puerta que me empujó hacia la satisfactoria y feliz vida que sigo llevando ahora.
Resulta que el pasado febrero, el día de 2009 en el que tuve ante mí una maravillosa sala repleta de periodistas, junto a mis dos güerísimos jefes suecos al lado, en la cumbre de mis días - 16 kilos menos enfundado en un traje
a la Clive Owen-, fue justo mi ex-jefa coreana quien por NO-casualidad se asomó en la puerta en ese preciso momento. Las coincidencias no existen.
Y entonces ahí, en ese instante de plenitud, no pude contener el gusto de volverla a ver, abrazarla y darle un gran beso, con gratitud. A ella, a quien tantas noches aborrecí . ¿Dónde fue todo ese rencor del año pasado? No lo sé, pero honestamente no estaba ya dentro de mí. El momento que tanto soñaba: restregarle en la cara a la jefa lo mucho que se había perdido al perderme, estaba ahí, mucho mejor de como lo imaginaba, sólo que ya no importaba. El resentimiento se había curado solito. Fue el momento más
David Lynch de mi vida.
A partir de entonces, no he hecho más que reconocer que - a pesar de los escupitajos - soy afortunado de haber tenido coreanos en mi vida.
Hace poco estaba
in the neighbourhood y, para visitar a mi amada Tere, regresé al lugar al que juré nunca volver: mi ex-oficina. Me reconocí entre esas paredes. Encontré al coreano con quien en su momento me tocó compartir espacios, y mi reacción instintiva fue ir a darle un gran abrazo. Claro está, resultó que olía un poquillo mucho a coreano y me aparté quizás muy pronto, pero con todo y eso, me alegré de verlo. Prueeeba superada.
Gran Torino, también llegó un poco tarde. Poderosamente fuerte y cruda, me hubiera hecho mucho bien en los momentos de frustración. Pero igual es una maravilla que haya llegado hoy. En ella, Eastwood (un monstruo de la actuación, como siempre, se sale y es magnífico) interpreta a un veterano de la guerra de ejem, Corea, que vive en un lugar lleno de migrantes, puerta a puerta con asiáticos. La historia aborda justo la paradoja de encontrar en pueblos y gentes distintas el afecto e identificación que a veces no puedes sentir con tus propios paisanos.
My cup of tea. Poco a poco, un amargado y malcogido Clint se involucra y aprende a leer las señales de la vida para irse encariñando con los asiáticos. Algo así como esto que me tocó a mí.
Cuando vayan a verla, preparen una visita a su
Asian Imbiss favorito, porque no van a resistir las ganas de ir por un buen plato de rollos primavera.
Creo que después de tanto Óscar y BAFTA y premio, uno aprende bien a categorizar las grandes películas de cada historia personal. Creo que en la vida real no siempre gana quien debería ganar, y que muchas películas - como en este caso Gran Torino, que sigue ahora mismo en cines y que recomiendo ampliamente (Atención a los diálogos entre el personaje de Clint y el barbero, agudos, graciosos, maravillosos) - lamentablemente quedan de repente en el olvido por no ser tan
mainstream o por no incluír a Megan Fox entre su cast.
Pues bien, en mi vida
la Academia soy yo mismo, así que desde ya declaro que Gran Torino está nominada este año para Mejor Película en los premios de mi vida y que Clint, tú sí.
Para mejor actor y director (por Gran Torino)

tú sí estás nominado.


lunes, 6 de abril de 2009

¿Cómo te va mi amor...?


"Sono le stesse le parole
che poi penso sempre.
Sono le stesse le canzoni che ho sempre in mente."
- Zero Assoluto

Hace poco volví a encontrarme conmigo mismo en este blog. Alguien necesitaba saber cómo se codificaba uno y yo puse este espacio como ejemplo. Pasé de largo todas estas entradas recientes y conforme fui viajando hacia atrás en el tiempo fui recuperándome. Iba disfrutando aspectos extraviados de mí que - reconozco - debo urgentemente rescatar de mi fondo, porque me hacen ser más yo que muchas de las cosas que hago ahora. A mí regresan siempre los mismos temas. Héme aquí, escribiendo sobre regresar. Como toda la vida.
Es hasta hoy que ya no he podido contener más el deseo de escribir, a pesar de tantos problemas y demandas en el trabajo. Todo el día estoy pegado a esta computadora y mi excusa por no venir era justo esa.
Pero me olvidaba que, una vez que empiezo a escribir aquí, las teclas (las mismas de todo el tiempo) se suavizan y mis manos (las mismas también) se desatan como nunca. O como siempre. La computadora es la misma, pero es otra cuando escribo en nuestra lengua, que como yo, regresa siempre: es una adicción, se repite. Nuestro español en el que un "hacía mucho que no volvía" descontextualizado puede referirse a mi ausencia, a la de él, o a la de ella. Y nunca acaba. ¿Hace cuánto que no me visitabas? ¿Quién regresó, tú o yo? Así escribo, para acá y para allá: quizás me ausente voluntariamente para que la sed me ataque con fuerza y así regresar corriendo a beber como un salvaje, porque así se disfruta más todo.
Porque preguntarle a este blog, después de un rato de abandono ¿
Cómo te va, mi amor? Es preguntarte a ti, que lees, cómo te va. Es también preguntármelo a mí. Y es hora de responder.