Confieso que soy (era) un arrogante y un narcisista. Siempre pensé que era preferible ser así a ser un agachón. Fue así como la vida lo notó y decició poner a prueba mi humildad estos tres días pasados, en los que trabajé en Acapulco como parte de la producción que inauguró el Hotel Encanto. Visítenlo. Estuve pues en contacto con una ola de egos, intereses y modales que me pusieron mentalmente al límite en un momento en el que el calor y el esfuerzo pueden también con el físico. Y - ahí humildemente - superé la prueba.
El sábado por la mañana, coincidí con don Jordi Pujol i Soley.
Sí. Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio, y coincidir. Fortuna de coincidir con un hombre más grande que su propia existencia, un hacedor de historia, un defensor de la democracia. Alguien que en verdad luchó por su cultura e ideales y venció. De repente me lo topé...Ahí estaba, caminando junto a mí. Quería decirle eso: un honor conocerlo y huír de su campo de visión para no importunarlo. Pero no me atrevía. Asumí que de manera natural sería arrogante: Un hombre mayor, millonario, poderoso, durante un día de descanso, en sus dominios.
Fue él quien sorprendentemente dijo el primer "Buenos días". Supuse que sería un buenos días, un placer conocerlo, hasta luego. Pero no. Él tuvo curiosidad por saber sobre mí, ingenuidad por asumir que yo desconocía quién era él; gracia para intercambiar impresiones sobre México, España, familias, climas y gustos. En suma, demostró una humildad apabullante. Fue literalmente un gran placer conocerlo. Aprendí de un gran maestro y desde ahora desprecio la arrogancia.
La arrogancia no distingue lo que importa.
Lleva la atención hacia lugares poco convenientes: críticas, altiveces, percepciones erróneas, detalles irrelevantes.
Lo que importa es la gente (el coincidir). La risa de mi hermana cuando mira reír a un perro. Los atardeceres en los que el sol se hunde en el mar de Acapulco. Las letras descuidadas de mi madre enviando bendiciones a través de un teléfono móvil. El agua de jamaica con un toque de gengibre y canela. Los ojos de amigos y familia que intentan mirarse a distancia a través del Twitter y el chat. La buena educación, la cortesía, los modales y los buenos días, que en definitiva: me encantan. El reconocimiento al esfuerzo y la atribución de los triunfos al equipo. Lo bello, lo viejo y lo trascendente. Y lo similar.
Todo lo demás, se puede ir mucho a la chingada.
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El sábado por la mañana, coincidí con don Jordi Pujol i Soley.
Sí. Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio, y coincidir. Fortuna de coincidir con un hombre más grande que su propia existencia, un hacedor de historia, un defensor de la democracia. Alguien que en verdad luchó por su cultura e ideales y venció. De repente me lo topé...Ahí estaba, caminando junto a mí. Quería decirle eso: un honor conocerlo y huír de su campo de visión para no importunarlo. Pero no me atrevía. Asumí que de manera natural sería arrogante: Un hombre mayor, millonario, poderoso, durante un día de descanso, en sus dominios.
Fue él quien sorprendentemente dijo el primer "Buenos días". Supuse que sería un buenos días, un placer conocerlo, hasta luego. Pero no. Él tuvo curiosidad por saber sobre mí, ingenuidad por asumir que yo desconocía quién era él; gracia para intercambiar impresiones sobre México, España, familias, climas y gustos. En suma, demostró una humildad apabullante. Fue literalmente un gran placer conocerlo. Aprendí de un gran maestro y desde ahora desprecio la arrogancia.
La arrogancia no distingue lo que importa.
Lleva la atención hacia lugares poco convenientes: críticas, altiveces, percepciones erróneas, detalles irrelevantes.
Lo que importa es la gente (el coincidir). La risa de mi hermana cuando mira reír a un perro. Los atardeceres en los que el sol se hunde en el mar de Acapulco. Las letras descuidadas de mi madre enviando bendiciones a través de un teléfono móvil. El agua de jamaica con un toque de gengibre y canela. Los ojos de amigos y familia que intentan mirarse a distancia a través del Twitter y el chat. La buena educación, la cortesía, los modales y los buenos días, que en definitiva: me encantan. El reconocimiento al esfuerzo y la atribución de los triunfos al equipo. Lo bello, lo viejo y lo trascendente. Y lo similar.
Todo lo demás, se puede ir mucho a la chingada.
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