Se dice que hay tres Méxicos - el norte, el centro y el sur - y quizá sea cierto.
Personalmente, creo que vale la pena emprender el largo viaje hasta arriba del mapa mexicano (después de todo, es un trayecto contra el tiempo hasta los años dorados) para rendirse ante la sorprendente belleza de Tamaulipas: no me importaría retirarme de viejo a vivir entre las hirvientes calles de Ciudad Victoria.
Y es que en Tamaulipas está el Cielo. Literalmente. Estereotípicamente, el norte de México está asociado con calor, desierto, sombreros y botas. Es por eso que la respiración se corta ante la exhuberante vegetación que acaricia la vista ni bien entra uno al estado. La reserva de la biósfera "El Cielo", ubicada en Gómez Farías, es uno de los secretos más celosamente guardados del mundo: un inolvidable banquete de flora, fauna, ríos y cascadas.
Pero lo mejor de Tamaulipas, también en mi opinión personal, es su gente y su gastronomía.
El tamaulipeco en general es vasto, alegre y hospitalario. Esa cultura del honor y el respeto, ahora tan ausente en nuestra metrópoli, allá sobra en el ambiente. Esa cautivadora cortesía que nos hace célebres a los mexicanos es todavía la regla en ese lugar tan limpio. A través de ese acento norteño cantado, la gente está acostumbrada a entregar el corazón al visitante. Fue en Tamaulipas donde me conmoví al reencontrar costumbres que conocí de niño y que extravié por vivir en una gran ciudad - deshumanizada y deshumanizante - como la mía: tomar la fresca con la puerta abierta (Así, sin miedo). Compartir y pistear a toda hora (Así, sin miedo). Pedir primero y pagar después, porque el vendedor no tiene miedo de que uno se largue sin pagar. Pequeños detalles que no pueden más que enamorar a cualquier hombre de mundo. Además - todo hay que decirlo -, es tierra de mujeres espectacularmente bellas.
Qué decir de la comida típica. Las gorditas (mis absolutas favoritas), famosas y célebres en Victoria gracias a una tal Doña Tota. Una exquisitez. Fue en esa ciudad, en la que habita el sorprendente museo Tamux (que por cierto, debería tener un programa en forma de exposiciones itinerantes), donde probé las mejores tortillas de harina, la mejor carne y los mejores langostinos de toda mi vida. Ah, y la tarta de mango... En resumen: para visitar Tamaulipas, hay que anticiparse a bajar unos 10 kilos, y prepararse para que los botones de la camisa se revienten de felicidad.
De su gobierno no me toca a mí hablar. Sólo comentar que siempre es una pena ver cómo la belleza es saqueada. En el caso de este estado - tan rico e inagotable que por lo mismo permite un saqueo más voraz -, es todavía más lamentable.
Si tú no has visitado Tamaulipas, te has perdido una hermosa parte del buen México. Cuando llegues, ten precaución: tu corazón podría quedarse allí clavado.
.
El tamaulipeco en general es vasto, alegre y hospitalario. Esa cultura del honor y el respeto, ahora tan ausente en nuestra metrópoli, allá sobra en el ambiente. Esa cautivadora cortesía que nos hace célebres a los mexicanos es todavía la regla en ese lugar tan limpio. A través de ese acento norteño cantado, la gente está acostumbrada a entregar el corazón al visitante. Fue en Tamaulipas donde me conmoví al reencontrar costumbres que conocí de niño y que extravié por vivir en una gran ciudad - deshumanizada y deshumanizante - como la mía: tomar la fresca con la puerta abierta (Así, sin miedo). Compartir y pistear a toda hora (Así, sin miedo). Pedir primero y pagar después, porque el vendedor no tiene miedo de que uno se largue sin pagar. Pequeños detalles que no pueden más que enamorar a cualquier hombre de mundo. Además - todo hay que decirlo -, es tierra de mujeres espectacularmente bellas.
Qué decir de la comida típica. Las gorditas (mis absolutas favoritas), famosas y célebres en Victoria gracias a una tal Doña Tota. Una exquisitez. Fue en esa ciudad, en la que habita el sorprendente museo Tamux (que por cierto, debería tener un programa en forma de exposiciones itinerantes), donde probé las mejores tortillas de harina, la mejor carne y los mejores langostinos de toda mi vida. Ah, y la tarta de mango... En resumen: para visitar Tamaulipas, hay que anticiparse a bajar unos 10 kilos, y prepararse para que los botones de la camisa se revienten de felicidad.
De su gobierno no me toca a mí hablar. Sólo comentar que siempre es una pena ver cómo la belleza es saqueada. En el caso de este estado - tan rico e inagotable que por lo mismo permite un saqueo más voraz -, es todavía más lamentable.
Si tú no has visitado Tamaulipas, te has perdido una hermosa parte del buen México. Cuando llegues, ten precaución: tu corazón podría quedarse allí clavado.
.
2 comentarios:
jeje... Vaya, hasta parece entrada de la secretaría de turismo local jeje... Comparto contigo que la belleza tamaulipeca es real y admirable. Hace poco más de un año tuve que viajar por casi todo el estado y pude corroborarlo. Y, como siempre en casi todos los estados de este país, la comida es protagónista.
No conocí, sin embargo, esa reserva de la biósfera que, sin duda, debe ser uno de los más grandes highlights.
Lo que no comparto contigo es esta noción de que Tamaulipas es un residuo del "buen México." Muy por el contrario, creo que más bien es emblema del desastre que reina en este país. Mi experiencia ahí fue del todo amarga al entender y vivir que es una tierra tomada por los sicarios, el narco y la ilegalidad. El derecho de piso a Los Zetas es la cosa más común en ya todas las ciudades del Estado, incluyendo Tampico, las gasolineras abundan como lavados de dinero, el terror a denunciar cualquier secuestro o violación ante la amenaza de estos grupos coludidos con las autoridades. Vamos, hasta Tequila con todo la denominación de origen pueden hacer los amos y señores del estado. Creo que el México corrupto tiene una de sus más dolorosas expresiones justo en esa entidad donde todo político debe contar con el visto bueno del narco.
No sé, parece que son dos entidades viviendo en el mismo territorio. En lo que definitivamente coincido es en que el día que se vea liberado de ese flagelo, sin duda será una grata experiencia visitarlo porque la belleza natural es algo que ningún sicario puede quitar.
No se que sea pero ciertamente me habría gustado haberlo sabido antes de que llevarase a cabo el Simulador de Vuelo.
Me nortíe en el post pero me da flojera salirme de este.
Saludos mano!
Publicar un comentario