Había estado ya un par de veces por la mañana en la terraza de uno de los nuevos hot spots de moda en la Ciudad de México: el hotel Distrito Capital, por razones de trabajo. Me queda lejos, está en Santa Fé.
Tuve que conducir hasta allá para la despedida de una entrañable amiga. Ni modo, a ver qué tal pensé. Regalo en mano, llegué al elevador custodiado por un monigote que, hay que decirlo, fue educadón hasta eso.
Una horda de mujeres jóvenes, hermosas y tontas, vestidas como si esto fuera una boda, me precedía. Pregunté por qué no podíamos subir a la terraza. Porque el lugar está lleno, no puede subir ni una persona más. Pensé que era muy razonable prever algo así. Y entonces, empezó uno de los desfiles más patéticos que he visto en mi vida.
Siento mucho no saber quién es Moi Micha, pero era el nombre que todos dejaban caer. El tipo tiene, con base en los 20 minutos que estuve esperando, unos 87648754854 amigos. "O sea, díle a Moi que (inserte nombre) está aquí". Fue asqueroso presenciar lo que está dispuesta a hacer la gente por entrar a un lugar. Desde coquetearle al guarro de la entrada, ofrecer dinero, mentir y quedar en evidencia, hasta ningunear al tipo que sólo hace su trabajo para sentirse importante ante los desconocidos que ahí estabamos y que - Dios quiera - nunca volvamos a vernos en la vida. Todos, en especial los peores perdedores, se conducían con actitud prepotente, ofendidísimos por no ser reconocidos. Revolting. Los olores a laca de pelo (dije Laca, con L) y a perfume concentrado eran fuertes hasta el punto en que, de no ser por el regalo que llevaba, me habría largado a los 5.
Porque, - de repente -, un par de amigos (auténticos) del tal Mois o como se llame, subieron. Llegaron, farolearon y el monigote custodia los dejó entrar. (¿?). Después otro par. Después tres o cuatro que, a base de insultos al cadenero y llamadas altaneras, consiguieron que se ordenara al guardia por radio que se les dejara subir. Esto quiere decir que:
a. El personal del lugar está poniendo en riesgo la seguridad de sus clientes al permitir subir a los amigos de noséquién a pesar de que el espacio está lleno, o
b. Existe un filtro ficticio para sólo hacer entrar a la gente que sea capaz de mencionar el nombre de los influyentes que frecuenta o pretende frecuentar. Mal, mal.
Sólo dos mujeres con bolsas gigantes de Chanel y yo éramos los únicos en silencio, esperando. Por radio, algún amigo suyo con influencias arriba mandó autorizar su acceso. Una de ellas intercambió una mirada de complicidad conmigo y le dijo al cadenero: Él viene con nosotras. Y así pude subir. Mucho gusto, me llamo Bla, nos dijimos ya en el ascensor. Gracias Bla, dije.
En la terraza, mis amigos estaban en una esquina ya un poquillo borrachos, y aún así tuve que esperar otros 20 minutos para beber algo, pues de los meseros ni sus luces, a pesar de que en nuestra mesa el alcohol se consumía mucho y bien. Se quedó una botella a medio terminar y nunca recibí un vaso para servirme. Después de arremolinarme en la barra conseguí un drink muy mal hecho. De haber podido, habría bebido mucho más, pero me fue imposible. Pocas veces me ocurre que, cuando estoy dispuesto a gastarme el dinero, no encuentro la forma de hacerlo. Así fue en Distrito Capital.
Tuve que conducir hasta allá para la despedida de una entrañable amiga. Ni modo, a ver qué tal pensé. Regalo en mano, llegué al elevador custodiado por un monigote que, hay que decirlo, fue educadón hasta eso.
Una horda de mujeres jóvenes, hermosas y tontas, vestidas como si esto fuera una boda, me precedía. Pregunté por qué no podíamos subir a la terraza. Porque el lugar está lleno, no puede subir ni una persona más. Pensé que era muy razonable prever algo así. Y entonces, empezó uno de los desfiles más patéticos que he visto en mi vida.
Siento mucho no saber quién es Moi Micha, pero era el nombre que todos dejaban caer. El tipo tiene, con base en los 20 minutos que estuve esperando, unos 87648754854 amigos. "O sea, díle a Moi que (inserte nombre) está aquí". Fue asqueroso presenciar lo que está dispuesta a hacer la gente por entrar a un lugar. Desde coquetearle al guarro de la entrada, ofrecer dinero, mentir y quedar en evidencia, hasta ningunear al tipo que sólo hace su trabajo para sentirse importante ante los desconocidos que ahí estabamos y que - Dios quiera - nunca volvamos a vernos en la vida. Todos, en especial los peores perdedores, se conducían con actitud prepotente, ofendidísimos por no ser reconocidos. Revolting. Los olores a laca de pelo (dije Laca, con L) y a perfume concentrado eran fuertes hasta el punto en que, de no ser por el regalo que llevaba, me habría largado a los 5.
Porque, - de repente -, un par de amigos (auténticos) del tal Mois o como se llame, subieron. Llegaron, farolearon y el monigote custodia los dejó entrar. (¿?). Después otro par. Después tres o cuatro que, a base de insultos al cadenero y llamadas altaneras, consiguieron que se ordenara al guardia por radio que se les dejara subir. Esto quiere decir que:
a. El personal del lugar está poniendo en riesgo la seguridad de sus clientes al permitir subir a los amigos de noséquién a pesar de que el espacio está lleno, o
b. Existe un filtro ficticio para sólo hacer entrar a la gente que sea capaz de mencionar el nombre de los influyentes que frecuenta o pretende frecuentar. Mal, mal.
Sólo dos mujeres con bolsas gigantes de Chanel y yo éramos los únicos en silencio, esperando. Por radio, algún amigo suyo con influencias arriba mandó autorizar su acceso. Una de ellas intercambió una mirada de complicidad conmigo y le dijo al cadenero: Él viene con nosotras. Y así pude subir. Mucho gusto, me llamo Bla, nos dijimos ya en el ascensor. Gracias Bla, dije.
En la terraza, mis amigos estaban en una esquina ya un poquillo borrachos, y aún así tuve que esperar otros 20 minutos para beber algo, pues de los meseros ni sus luces, a pesar de que en nuestra mesa el alcohol se consumía mucho y bien. Se quedó una botella a medio terminar y nunca recibí un vaso para servirme. Después de arremolinarme en la barra conseguí un drink muy mal hecho. De haber podido, habría bebido mucho más, pero me fue imposible. Pocas veces me ocurre que, cuando estoy dispuesto a gastarme el dinero, no encuentro la forma de hacerlo. Así fue en Distrito Capital.
Así que no, no lo recomiendo. Ni siquiera si eres uno de esos wannabe socialité. Debe ser muy frustrante estar dispuest@ a morder el polvo sólo por sentarte junto a la crema y nata para después acceder al lugar y ver que - francamente - ahí no hay ni crema, ni nata.
La terraza está bien, pero no como para esperar 20 minutos. Mi tiempo, y el de todos, vale mucho.
Afortunadamente, en la ciudad más poblada del mundo, existen espacios mucho más bonitos, con mucho mejores martinis a mejores precios, donde hay suficiente personal atendiendo a los clientes y - sobre todo - donde no conocer a Moi Micha no es un problema para entrar.
4 comentarios:
La verdad es que cada vez que me entero o vivo una de estas experiencias moimichescas, digo que ya no me voy a enojar, que ya, que así es la dinámica de esta ciudad y que blablablá...
Pero la verdad es que no lo resisto, me enoja demasiado y continúo con mi inútil promesa (aunque me da mucho pudor personal, sin duda) de jamás asistir a lugares que juegan al jetseterito bananero.
No pierdo la capacidad de sorprenderme sobre la existencia de amigos (muy cercanos y queridos) que les encanta ser parte de ese teatro de inhumanidad, indignidad y pretensión... No puedo creer que gente que considero inteligente y sensible legitime esas acciones con sus centavitos.
En fin, gracias por la advertencia, que definitivamente pongo a ese hotelucho en la lista negra y seguiré con mi frustrada campaña de boicot a la estupidez social chilanga.
Aich, este es el tipo de cosas que me descomponen... yo tampoco supero que la gente juegue al jetserito bananero, me mata de flojera.
Beso enorme
Gracias por la crónica. Una razón más para pasar por alto los rumbos de Santa Fe.
efectivamente... REVOLTING
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