"Lost in a February song...Tell him it won't be long¨[...] Morning is waking up and sometimes it's more than just enough, when all that you need to love is in front of your eyes. It's in front of your eyes..."
Josh Groban, February song, Awake, 2006.
(En el último día del primer febrero después del lanzamiento del disco que contiene esta canción)
He tenido - por fin - mucho trabajo, no sé si porque de verdad llegó o porque dejé que se me acumulara. De cualquier manera, hasta en el ámbito laboral ha salido a flote el masoquismo: ayer, me paré un minuto a ver cómo me estaba sintiendo, y resulta que fue el mejor día desde que entré, descubrí que estaba contento porque había presión, estrés, dificultad, un reloj de arena en mi contra...
El caso es que hoy desperté temprano para llegar temprano y tuve la suerte en un semáforo de ver a un niño como de siete años, con su uniforme bien limpio y planchado, esperando el camión con su mamá, una mujer joven, de muy buen ver que lo abrazaba y lo besaba con un cariño que casi me pareció puesto como para película de esas buenas como La vita è bella para que lo viera yo. Me dí cuenta que el niñito traía el cierre abajo, como toda la vida yo y asombrosamente me ví a mí mismo. Pensé que hace seis años estaba apenas empezando la carrera y que en seis años un chavito así pasa de primero de primaria al examen de la secundaria.
Y se me antojó ser chico, darle al espiro en el recreo, reírme y gritar en los patios como era mi manía y de repente sigue siendo, no saber que voy a morirme ni que mi abuela iba a morirse, quedarme dibujando en el salón mientras los otros jugaban el fut que tanto detestaba, tener una lonchera (!!!) y abrirla para encontrar no sé, un lonch de esos excelentes que en su momento te daban algo de vergüenza con los colegas, como una buena torta de frijoles con huevo y rajitas que te había puesto tu mamá, mmmmmmmhhhh, si la pillara esta mañana, qué manjar... Se me antojó tener voz de niño y cantar como cantaba las canciones esas que cantaba, tener otra vez el pelo lacio (y peinármelo de raya al lado jeje), pararme en un patio y saludar a la bandera, jugar las trais y decir pido, oler el coche de mi papá a nuevo y mirarlo enorme mientras me llevaba a la escuela y me prometía cosas si sacaba buenas calificaciones, dictarle el juramento a la bandera a tooooooda la bola de idiotas que iba conmigo en la escuela, beberme un Frutsi (o Paupau) mordido por la parte de abajo y luego patearlo con otros cuates, ir a la salida a comprar a escondidas con los cambios robados ahorrados colectivamente algo prohibido llamado Pléiboi que ni sabíamos qué era, formarme en la tiendita de las donas porque me había portado bien y mi papá me había dado mil pesos (de los de entonces, siempre he sido roto, me acuerdo que otros imbéciles llevaban por ejemplo tres mil, y aparte de la dona les alcanzaba para unas papas estupendas con limón y salsa en bolsa transparente. Pero yo era feliz con la dona de chocolate). Se me antojó no saber tantas cosas y vivir feliz, se me antojó abrazar a mi madre la de antes, la que nunca lloraba ni estaba triste ni se veía mal (o por lo menos yo eso pensaba). Ir de la mano en las calles con mi hermana, volteando exageradamente hacia todas direcciones para evitar que viniera cualquier coche y rigurosamente caminar por la línea de peatones, con miedo de que nos pasara algo pero apretándola quesque valerosamente para "defenderla" si la ocasión lo ameritaba...
Y luego pasé por un edificio en obras, y los albañiles desayunaban algo rico rico, olía a tortillitas calientes, a una salsa para morir, creo que eran chilaquiles. Ahhhh....
Hace un sol para renunciar hoy mismo, justo cuando ayer tuve el primer día excelente, y salir a caminar por Reforma y ver cuántas más escenas y olores te regresan el optimismo perdido.
Esta mañana creo que sentí algo de felicidad.
Todo si no fuera porque junto a mí el güey del escritorio de al lado no desayunó y casi le robó el momento optimista y chido a mi relato hacia ustedes, porque mientras que yo me aferraba a la felicidad de querer ser niño, el tipejo abría una lata de refresco como si fuera antro y la masticaba o yo no sé; mientras yo trataba de pisar la línea de inmediatamente antes de lo cursi para recrear lo que sentí intentando clausurar mis oídos, el cabrón sorbía como excusado, como alcantarilla, como cloaca. Porque cuando yo tenía ganas de crear un mood tranquilo, soleado, dorado, con las palabras; sacó unas galletas o yo qué sé qué haya sido y se las empezó a devorar como si fuera un animal, una bestia, un alien de esos hambriados que no puede cerrar la boca, un cerrrrdo. Agggggg
Y entonces, pues ya fui terminando el escrito, tratando de guardar la compostura y no derrumbarme de disgusto. No permitir a sus impresionantemente cochinos ruidos acabar con la poca felicidad que una mañana clara me trae.
Entonces, se me antojó.
Se me antojó ser rico y no tener que trabajar junto a Na-die...- en estos momentos sigue aspirando la lata como marrano - . Se me antojó empujarle un puño hasta el fondo de todos los dientes (que no usa por lo oído) o dos - el segundo en el ojo a ver si se le ennegrece -, o tres - el tercero en la nariz, a ver si aprende a comer como persona -.
Se me antojó empujarlo por la ventana o hacerle una especie de manita de puerco profesional quebradora y rompedora de huesos de brazos o espalda y uno que otro dedo mal plan que quedaría muy ad hoc, o reventarle la pantalla de su computadora en la jeta, o darle de batazos mientras le grito CÁLLATE =%&*$"! Y NO LO VUELVAS A HACER, o hablarle a mis amigos que laboran aquí conmigo pa' que me ayudaran a patearlo en el suelo como perro igual que en una escena de Good Fellas (gran película) o algo así, o todas las anteriores...
Total, que la felicidad nunca es completa, a uno nunca le queda claro si es masoquista o sádico o ambos, y yo me regreso a preparar informes, que hay que entregarlos pronto...