miércoles, 28 de febrero de 2007

Se me antojó...

"Lost in a February song...Tell him it won't be long¨[...] Morning is waking up and sometimes it's more than just enough, when all that you need to love is in front of your eyes. It's in front of your eyes..."
Josh Groban, February song, Awake, 2006.
(En el último día del primer febrero después del lanzamiento del disco que contiene esta canción)
He tenido - por fin - mucho trabajo, no sé si porque de verdad llegó o porque dejé que se me acumulara. De cualquier manera, hasta en el ámbito laboral ha salido a flote el masoquismo: ayer, me paré un minuto a ver cómo me estaba sintiendo, y resulta que fue el mejor día desde que entré, descubrí que estaba contento porque había presión, estrés, dificultad, un reloj de arena en mi contra...
El caso es que hoy desperté temprano para llegar temprano y tuve la suerte en un semáforo de ver a un niño como de siete años, con su uniforme bien limpio y planchado, esperando el camión con su mamá, una mujer joven, de muy buen ver que lo abrazaba y lo besaba con un cariño que casi me pareció puesto como para película de esas buenas como La vita è bella para que lo viera yo. Me dí cuenta que el niñito traía el cierre abajo, como toda la vida yo y asombrosamente me ví a mí mismo. Pensé que hace seis años estaba apenas empezando la carrera y que en seis años un chavito así pasa de primero de primaria al examen de la secundaria.

Y se me antojó ser chico, darle al espiro en el recreo, reírme y gritar en los patios como era mi manía y de repente sigue siendo, no saber que voy a morirme ni que mi abuela iba a morirse, quedarme dibujando en el salón mientras los otros jugaban el fut que tanto detestaba, tener una lonchera (!!!) y abrirla para encontrar no sé, un lonch de esos excelentes que en su momento te daban algo de vergüenza con los colegas, como una buena torta de frijoles con huevo y rajitas que te había puesto tu mamá, mmmmmmmhhhh, si la pillara esta mañana, qué manjar... Se me antojó tener voz de niño y cantar como cantaba las canciones esas que cantaba, tener otra vez el pelo lacio (y peinármelo de raya al lado jeje), pararme en un patio y saludar a la bandera, jugar las trais y decir pido, oler el coche de mi papá a nuevo y mirarlo enorme mientras me llevaba a la escuela y me prometía cosas si sacaba buenas calificaciones, dictarle el juramento a la bandera a tooooooda la bola de idiotas que iba conmigo en la escuela, beberme un Frutsi (o Paupau) mordido por la parte de abajo y luego patearlo con otros cuates, ir a la salida a comprar a escondidas con los cambios robados ahorrados colectivamente algo prohibido llamado Pléiboi que ni sabíamos qué era, formarme en la tiendita de las donas porque me había portado bien y mi papá me había dado mil pesos (de los de entonces, siempre he sido roto, me acuerdo que otros imbéciles llevaban por ejemplo tres mil, y aparte de la dona les alcanzaba para unas papas estupendas con limón y salsa en bolsa transparente. Pero yo era feliz con la dona de chocolate). Se me antojó no saber tantas cosas y vivir feliz, se me antojó abrazar a mi madre la de antes, la que nunca lloraba ni estaba triste ni se veía mal (o por lo menos yo eso pensaba). Ir de la mano en las calles con mi hermana, volteando exageradamente hacia todas direcciones para evitar que viniera cualquier coche y rigurosamente caminar por la línea de peatones, con miedo de que nos pasara algo pero apretándola quesque valerosamente para "defenderla" si la ocasión lo ameritaba...

Y luego pasé por un edificio en obras, y los albañiles desayunaban algo rico rico, olía a tortillitas calientes, a una salsa para morir, creo que eran chilaquiles. Ahhhh....
Hace un sol para renunciar hoy mismo, justo cuando ayer tuve el primer día excelente, y salir a caminar por Reforma y ver cuántas más escenas y olores te regresan el optimismo perdido.

Esta mañana creo que sentí algo de felicidad.

Todo si no fuera porque junto a mí el güey del escritorio de al lado no desayunó y casi le robó el momento optimista y chido a mi relato hacia ustedes, porque mientras que yo me aferraba a la felicidad de querer ser niño, el tipejo abría una lata de refresco como si fuera antro y la masticaba o yo no sé; mientras yo trataba de pisar la línea de inmediatamente antes de lo cursi para recrear lo que sentí intentando clausurar mis oídos, el cabrón sorbía como excusado, como alcantarilla, como cloaca. Porque cuando yo tenía ganas de crear un mood tranquilo, soleado, dorado, con las palabras; sacó unas galletas o yo qué sé qué haya sido y se las empezó a devorar como si fuera un animal, una bestia, un alien de esos hambriados que no puede cerrar la boca, un cerrrrdo. Agggggg
Y entonces, pues ya fui terminando el escrito, tratando de guardar la compostura y no derrumbarme de disgusto. No permitir a sus impresionantemente cochinos ruidos acabar con la poca felicidad que una mañana clara me trae.
Entonces, se me antojó.
Se me antojó ser rico y no tener que trabajar junto a Na-die...- en estos momentos sigue aspirando la lata como marrano - . Se me antojó empujarle un puño hasta el fondo de todos los dientes (que no usa por lo oído) o dos - el segundo en el ojo a ver si se le ennegrece -, o tres - el tercero en la nariz, a ver si aprende a comer como persona -.
Se me antojó empujarlo por la ventana o hacerle una especie de manita de puerco profesional quebradora y rompedora de huesos de brazos o espalda y uno que otro dedo mal plan que quedaría muy ad hoc, o reventarle la pantalla de su computadora en la jeta, o darle de batazos mientras le grito CÁLLATE =%&*$"! Y NO LO VUELVAS A HACER, o hablarle a mis amigos que laboran aquí conmigo pa' que me ayudaran a patearlo en el suelo como perro igual que en una escena de Good Fellas (gran película) o algo así, o todas las anteriores...

Total, que la felicidad nunca es completa, a uno nunca le queda claro si es masoquista o sádico o ambos, y yo me regreso a preparar informes, que hay que entregarlos pronto...

lunes, 19 de febrero de 2007

México Dé eFe - Mexico City - Мехико - Mexico - Cittá del Messico - Mexiko Stadt - 멕시코 - Meksyk - Cidade do México - Mexico-stad - Meksikon kaupunki

"Estoy escribiendo esto al final de un hermoso día en la Ciudad de México [...] El cielo aquí puede ser azul obscuro algunos días, grisáceo otros o sepia y contaminado. Esta es una ciudad de contrastes. Quizás eso es lo que más amo: que nunca es uniforme. Y nunca perfecta. Puede ser la más bonita o las más fea, y a veces ambas al mismo tiempo [...] Mis lugares favoritos no están listados en las típicas guías de turistas. Amo las panaderías, donde puedes encontrar pan recién horneado desde la mañana hasta la noche. Amo los extraños colores de las casas, que nunca combinan entre sí. [...] Amo el lenguaje de mi ciudad - maldecir en chilango (aquellos nacidos en la Ciudad de México son llamados chilangos), insultar a alguien con un Chinga tu madre. Amo a la gente de mi ciudad. Contradictorios como el infierno. Fuertes, generosos, optimistas, herméticos, amables, agresivos. Todos aquí pelean por ganarse la vida [...] La carne y hueso de mi ciudad. Amo el hermoso desorden, el sentimiento de que mi ciudad siempre está viviendo en el límite. Es una ciudad con espíritu, con carácter. Una ciudad con pulso, un feroz latido. Una ciudad donde puedes oler, tocar, sentir humanidad. Mi ciudad."
Guillermo Arriaga, cazador y escritor - de la prodigiosa Los Tres Entierros de Melquíades Estrada (con la que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2005), la profunda 21 gramos, el entretenido El Búfalo de la Noche (ya en librerías y próximamente en cines de todo el mundo), la sórdida y famosa Amores Perros y la que el próximo domingo ganará el Óscar a la mejor película Babel - nacido en mi ciudad.

Hoy tenía intención y no sabía qué escribir. Estaba revuelto con algo de smog, pesimismo, desidia... Entre el tráfico, tuve un encuentro con la Diana Cazadora, me vale madres si me creen o no. Justo del tamaño perfecto (no es tan chiquita), desnuda, con su frente a la altura de mis ojos, sus labios a la altura de los míos me miró y me abrazó, haciéndome sentir estatua. Quedito, entre delirio y delirio me platicó cómo nos vé cabizbajos y apáticos cuando podemos tenerlo todo. Me recordó quién es mi gente y mis paisanos, me besó y me dejó en shock: No pude creer que los chilangos hubiéramos olvidado nuestra esencia. Me pidió la Diana, que por un ratito borrara lo malo de mi consciencia y me invitó a ver libre de prejuicios desde lo alto nuestra ciudad. Y entonces, escribí...

En el mejor de mis momentos, el día en que mis dedos alcancen la gloria, es porque soy mexicano. Es porque soy chilango. Es porque respiré ansioso de vida el cósmico aire de esta ciudad mientras mi madre me paría tranquila en el Hospital de México y desde esa primer bocanada sentí que era hora de celebrar sacrificándome junto con mi generación entera por que nuestros herederos sigan disfrutando esta maravilla. Y ganar. Y ser grande. Y explotar millones de veces en mi vida ante todas las tonalidades de sentimientos posibles entremezcladas, como sólo sabemos hacer los chilangos. Y así, escuinclito, chilanguito, lloré en los brazos de una enfermera. Lloré como me encanta y amo pero detesto y me choca: como mi Dé eFe que me destruye y me nutre. Ahora de hombre lo entiendo. Lloré de felicidad por haber caído donde caí. De gratitud por mi hermosa abuela que nació en San Antonio Tomatlán, antiguo barrio del Centro Histórico, ahí donde está el zócalo y la bandera que tanto nos mueve porque salvajemente nos grita patria y donde llegaron los aztecas y encontraron el águila y el nopal y la serpiente; ahí donde nuestras piernas se sienten como raíces. De alegría por contener esta sangre tan roja, tan verde, tan rosa, tan amarilla, tan naranja, tan azul clara, tan plateada, tan mexicana que no puedo negarla. Y ni quiero nunca. Sangre que a través de los ojos de mi otra nacionalidad, la española, sale a cuenta como lo más personal y mío que tengo. Sangre que me hermana con 21 millones de habitantes, que no paramos de movernos, ni dejamos de tensar los músculos o reventar los corazones o forzar las gargantas; que somos tan distintos y tan multisabores, pero que tenemos en común más que el amor como motor de nuestras vidas: porque todos sin excepción nacimos para ser los mejores. Estamos aquí para alcanzar los triunfos, para adueñarnos de lo mejor. Y lo hemos olvidado, a base de concentrarnos en lo que no nos conviene. Es tiempo de recordar que traemos éxito y prosperidad en las venas, que fuimos diseñados para vivir bien todos. Llegamos al lugar donde la tierra tiembla más fuerte porque somos los más resistentes, los más animosos, los más aptos como diría Darwin. Los chingones como diríamos en nuestra lengua. Los impetuosos cargados de fuerzas, los excesivos y tenaces. Eso somos los chilangos.


Y así miré los coches, sentí el aroma de un trompo doradito de tacos al pastor muy rojo y con un poquito de piña, ví los techos caprichosos de las casas y las parejas libres haciendo el amor en las azoteas (según la Diana desde hace mucho se nos acabó el conservadurismo), oí a las adolescentes cantar en chilango a punto de morir de amor y olí los rezos picantes y las lluvias aguardentosas de abrazos y escuché la mezcla de cláxons con pájaros, guitarras y aceite hirviendo. Percibí el perfume armonioso y dominante de las flores de Xochimilco muy por encima de la capa de smog y algo en la punta de la lengua me supo a beso de jamaica dulce y al tragar a sensual tequila con limón (sin semillas, claro). Y me sentí embriagado. Afortunado. Alto. Chilango. Hoy entendí muchas cosas.
Si don Guillermo Arriaga gana el Óscar este sábado y es de pronto el mejor escritor de todos los tiempos, entonces ya sabemos por qué...

jueves, 15 de febrero de 2007

Ya tengo chamba (Y tenía razón)

"Well, they said it was time for changing, rise and shine everybody's making it, but you... And they told you to trust your dreaming but it's hard to believe a feeling that you just don't know " September, Satellites, September, 2006.
Hace muuchos años, una desagradable parte de mi rutina era visitar la oficina del director de mi prepa.
En aquél tiempo, Jesús se dedicaba a cultivar su sed de revolución en contra del sistema impuesto por los profesores y alumnos "populares", junto a los otros seres obscuros y sediciosos del plantel. Torres, el director, sabía que los ex-molcajetes punk estaban conmigo y que nunca se puede subestimar la fuerza de los wannabe políticos/artistas/intelectuales y ñoños cuando se reúnen a temprana edad para conspirar. Entonces, en un patético intento por calmar las aguas, decidió mandarme llamar on a regular basis para "sugerirme" y "aconsejarme" cómo controlar mi "impulsividad y actitud retadora" que según él no me llevarían a nada bueno. Aha... Quesque era psicólogo, me acuerdo que me decía "no digo que la ironía sea mala, pero es que tú la usas en exceso, y todo exceso es malo". [Duh]. - Oiga quéeeee inteligente es Usted proooof...
Y así fue que ante mi rotunda negativa para estudiar una carrera una pregunta recurrente de Torres siempre fue: ¿Cómo te ves en 10 años?? "Pues viajando siempre por el mundo, trabajando de lo que sea para sostenerme, ir parando de ciudad en ciudad para conocer la cultura, tocar la guitarra en las noches para conocer gente y compartir con ellos ideas, aprender idiomas, comidas y costumbres, y cuando ya esté a punto de echar raíces, agarrar la maleta y escapar hacia otro feliz destino".
El punto es, yo NO quería ir a la universidad, NO veía la utilidad de estudiar una carrera respetable. Torres me decía "tienes que aspirar a tener un buen trabajo, mira, ahora ya hasta a los veladores les piden prepa, y tú tienes que vivir bien" y sacaba un recorte del Aviso Oportuno. Aggg.
Alguien me había dicho que lo que estudias en la uni no te sirve y que todo lo aprendes en la calle y de ahí me agarré. De ahí y del famoso "sigue tus sueños". Si acaso, decía, entraré al CEA. Pero luego venía el quiero ser médico, mmh no: embajador, bueno, filósofo, no, mejor pongo una taquería y así, ad infinitum (Nunca pude, ni puedo, renunciar fácilmente a las posibilidades que al final no escoges), para luego regresar al LA UNIVERSIDAD NO SIRVE DE NADA, lo que estudias no sirve de nadaaaa.

***

Y así, después de sacarle a mis padres unos meses de viaje "para pensar qué voy a hacer de mi vida", quesque a aprender francés (y eso sí aprendí), durante los cuales me evadí y me dediqué a leer y beber mucho vino en una tal la Guignette [ahhhh qué tiempos aquellos], acabé en el ITAM. Como nunca hice examen en las universidades, escogí esta institución porque tenía pase automático pa' entrar ahí. Los pases automáticos son geniales. Y de carrera, pues Relaciones Internacionales, porque tiene un poco de todo. Utilicé la vida universitaria como modus vivendi: como pago a cambio de vivir con mi familia y comer en mi casa sin pagar renta. Para que me mantuvieran pues. Y en clase no aprendí nada que no pude haber aprendido en la calle. Dejé de ser ñoño por cierto, dramáticamente.
Entre crisis y crisis, y durante las muchas faltas, conocí mucha gente. Lo único que me detiene antes de pensar que me arrepiento de haberme metido a la universidad son mis amigos. De ellos sí aprendí.
Acabé mi carrera y, después de largarme unos meses de viaje, ahora sí en serio para pensar qué voy a hacer de mi vida, quesque a aprender alemán (y eso sí aprendí), durante los cuales me evadí y me dediqué a escribir y beber mucha cerveza con limón en diversos puntos de un tal Prenzlauer Berg, acabe hoy aquí, comenzando un nuevo trabajo.
Todavía en 2006, y bebiendo una sedosa copa en las alturas de esta ciudad, contaba a una interesante mujer (saludos) que me daba de plazo del 15 de enero al 15 de febrero para encontrar chamba antes de declarar suspensión de garantías individuales. Hoy, a las 9:00 que empiece, faltarán 15 horas para el fin del 15. Lo logré. Y creo, no fue tanto gracias a haber estudiado una carrera.

***

Te vas adaptando a la vida como puedes, te vas adando cuenta que eventualmente hay que conseguir chamba (por que ya acabaste la carrera y por tanto no queda tan claro por qué habrían de mantenerte), y que muchas cosas que hiciste sin saber/querer fueron aciertos.

Tengo 25 años, me siento amante de la sedición más que nunca, y a poco menos de diez años después de la repetitiva pregunta de Torres, puedo decir que yo tenía razón.
Porque vengo de un mes de meterme a todas las bolsas de trabajo concebibles, y sin excepción todas las entrevistas que conseguí fue por mis amigos. Porque no hubo ni una vez en que los entrevistadores se fijaran minuiciosamente en mi curriculum, y más bien frecuentemente preguntaron, ¿Eres amigo de ... ? ¿Cuánto tiempo llevan de conocerse? y así. Los pases automáticos son geniales.
Porque más que haber estudiado aquí o allá, soy grande en tanto tengo amigos. Me encanta decir esto. Porque lo mejor que me llevé de la universidad (y de esta vida) es el crecimiento (más personal que académico) que tuve gracias a mi gente, que realzó y sigue realzando mi existencia con su presencia. Porque no sería el mismo ni hubiera llegado hasta este punto sin su apoyo, y en todo casi si acabé la carrera pronto, o si encontré trabajo pronto, es un logro compartido con cada uno de mis amigos.
Porque este trabajo lo conseguí gracias a Cuco y Eduardo, porque igual que en la carrera, lo mejor de trabajar ahí va a ser reírme, hablar, comer, contar los problemas, echar la mano, estar con ellos. Porque si tengo que agradecerle algo a esos dos, el que me hayan contactado con la gente de esta chamba queda hasta abajo de la lista: porque antes habría de decir gracias por haber estado sin falta en toooodos los eventos importantes de mi vida desde que nos hicimos amigos, y por cada experiencia compartida que nos hizo mejores y más fuertes.

Y así, think again Torres... Bueno, tenías razón en lo de que hay que trabajar. Pero tú tenías como 50 años y yo tenía como 16.... La universidad sirve para pura madre, y es buena sólo en tanto te sirva para hacer amigos. Lo importante en el mundo, laboral o no, son tus relaciones personales. Tu gente.

Ahora bien, ¿Cómo me veo en 10 años? - Pues [obvio] con buen dinero ahorrado [después de haber chambeado con mis amigos mucho tiempo], viajando por el mundo, quedándome un rato en cada ciudad para aprender la cultura, tocarles mi música con mi guitarra por las noches, intercambiando ideas, probando cosas exóticas y experimentando costumbres.
Eso sí, antes de acostumbrarme a estar en un sólo sitio, agarrar mi maleta, largarme de ahí y buscar un nuevo destino para seguir viviendo hasta el final de mis días justo como lo pensé cuando estaba en la prepa...

Me voy, que no quiero llegar tarde a mi primer día, deséenme suerte no?

lunes, 12 de febrero de 2007

Todos duermen...

No saben que son las 4:44 de la mañana y que no he podido dormir en toda la noche. Ni se acuerdan de mí. No saben que existo. No escuchan que tecleo. No están para que les cuente historias. Afortunadamente, no puedo pensar en nadie que esté sufriendo el frío que hace, todos están bien tapados. No se imaginan lo bien que sabe el café cargado recién hecho a estas horas. Descansan los ojos, sin sospechar cómo cruje todo en la madrugada. No tienen miedo a despertar a nadie. No sienten lo pesado de la noche, la infinita tristeza que invade a los desvelados: no escuchan el destructor silencio de la ciudad más grande del mundo que contra todo pronóstico suena extinta, seca, muerta antes de la prosperidad.
Ante la sensación de que todos sueñan, la propia realidad sobresale de entre el cuerpo derrumbando los ánimos, imaginando cadáveres con cada ruido inexplicable, o charcos de sangre fresca con los estruendos de las tuberías, cavilando si tal sangre es mía y estoy por fin muerto y estupideces de esas. Y todos roncan. Más o menos bajo, pero todos. No saben que van a morirse. No les importa por ejemplo imaginar Berlín, donde todos los habitantes ya llevan rato pisando todos los girones de piel que me dejé en las banquetas, porque ya han de ser como las doce y seguro Heike ya se fue a correr y mis amigos ya tomaron juntos café y Gaél García ya se echó una película de la Berlinale, sin saber tampoco que a muchos en México oficialmente ya nos pasó a caer bien con esta última gracia de ser jurado en mi querida Potsdamer Platz.
Todos reposan y se mueven poco y lento sobre sus camas. No sienten la culpa de llevar un mes desempleados. No perciben cómo de noche todo se magnifica y golpea bajo en las tristezas y las inseguridades, los miedos y las soledades. No sienten la frustración de estar solo y con la boca cerrada a fuerza a pesar de las ganas. Mudo a huevo porque ninguno puede/quiere leer. Descansan. No consideran que, quizás al rato que se haga día, para mí todos van a seguir dormidos, porque nadie va a estar para que le cuente historias, y estoy condenado al solitario insomnio silencioso.
Adormecidos, ni se imaginan cuánto me cuesta decir estas cosas, porque de entrada ni se enteraron que las estoy escribiendo: no tienen idea, de cuánto los necesito...

domingo, 4 de febrero de 2007

Sed

Despierto con sed. Pero no sed de agua. Siento la madera del suelo crujiendo de frío. Mientras mi computadora se inicializa, me siento igual que un heroinómano sin paciencia que acaba de romper la jeringa de la desesperación de procurarse lo antes posible el toque que lo esclaviza. Como una bestia, me concentro en adaptar mi pupila a la luz de la mañana y no perder ni una milésima de segundo en localizar justo lo que quiero en pantalla. Aparece el símbolo de play. Respiro aliviado. Click...
Frunzo el ceño en un arrebato violento al oír los primeros acordes, si alguien me viera inhalando tanto aire en una especie de suspiro extático, apretando los párpados y las hileras de dientes como si quisiera que la fuerza de los inferiores acabara con la de los superiores y al revés, sentiría vergüenza ajena ante mi total dependencia. Rendido ante la voz, la letra, el sentimiento, la batería tranquila; percibo la sangre subir impetuosa por mi cuello, pintar mis ojeras de rojo, oxigenarme. Siento la canción con el pelo, con las manos, con la columna, con las venas, con los pies, con el cuello, con la cara, con los muslos, con el sexo, con los pulmones, con la espalda y los codos y los nervios y los brazos y los hombros y los huesos... Me agito ante el masaje auditivo que me inunda, que es más grande que el espacio que ocupo, overflow pienso - en inglés - como esos vasos que se desbordan ante el exceso de agua que no para de ser vertida sobre ellos. Reacciono subiendo los volúmenes a tope, los ojos en blanco, la boca abierta por pocos segundos: o tararea o respira, a pesar de que a estas horas la voz aún no sale clara. Me desgañito un poco tratando de conseguir buena afinación.
El último átimo de cordura que me queda se levanta ante este enajenamiento, manda un mensaje a mi mareado cerebro: aún es temprano, los vecinos y los que viven en tu misma casa están dormidos...Estrofas resuenan con más fuerza de tal manera que la respuesta procesada es Que se jodan. Que aguanten. Que se mueran si pueden. Que se salven de este trance. Que ni oigan esto, que es sólo mío y no quiero compartirlo.
Termina la canción y se repite inmediatamente. No se gasta, sigue hipnotizándome como la primera vez. Entonces la envidia también despierta y empieza a morderme. Se me afilan los dientes, me pesa que haya alguien capaz de crear algo así, que el autor de timbre suave-potente no sea yo. Y aún así, no dejo de beberme la canción con todas mis fibras. De desear tener más oídos para oírla más. De desear tener más dedos y más uñas, para algún día agarrar mi guitarra y tocar algo así de bueno. La expresión logra su cometido y me atrapa. Sufro. Siento a través de la letra que no puedo explicarlo: ya te lo he dado todo, que es hora de rendirse, y si me dejas ahora - sólo déjame ahora... - es lo mejor que podemos hacer y no tiene caso tratar...Me dueles. Me hago mi historia mental personal y me entran ganas de llorarte.
Es tarde, hay que alistarse. Me niego a salir del furor místico y aislarme en la regadera. Juntito hay un baño abandonado, que no es el mío. Habría que subir y bañarse en el de arriba, donde están mis toallas, mis armarios. Se apodera de mí un terror extremo de enfrentarme al silencio, que sólo se calma ante un giro bien entondado de gran músico este. ¿Tocará él mismo sus instrumentos? Arriba hay grabadora, pero esta canción no la tengo ahí en ningún disco. No puedo subir. No pue do. Tiempo pasa.
Abro entonces la ventana de par en par, para que las ondas sonoras viajen y me traigan para arriba la canción. Subo corriendo sin dejar de escuchar la maravilla que se queda atrás, siento las manos de la música enroscarse a mis tobillos, como suplicando que no las deje. Playera, jersey, pantalones, calcetines, zapatos, cinturón, cajetilla, encendedor, calzones, todo en una bola y si me faltó algo después me las arreglo. Bajo aliviado: nunca perdí el sonido de la música. Abajo, en el cuarto junto a la computadora, abro el agua caliente. Aprovecho para desplazar las bocinas al punto más cerca, mientras se empañan todos los cristales, porque no pienso cerrar la puerta del baño. Al final decido tampoco cerrar la regadera. Necesito el sonido. Vuelvo a entrar en furor, cantando con energía bajo el agua caliente.
No hay toalla. Sin salir del trance me seco con la playera con la que dormí. Me acuerdo entonces de Budapest, pero esa es otra historia. Me voy vistiendo en el camino entre la ducha y la canción. Se me olvidó el reloj.

Ridículo, quejándome como si fuera una tragedia, aprieto el botón de stop. Una falsa y más aburrida realidad se apodera de mí. No puedo imaginar cómo sentirme bien hoy, a no ser que regrese a escuchar otra vez. Las tonadas están en mi mente, las repito para que no se me escapen entre mis muchas grietas.
Arranca el coche en silencio. El día, tristemente, ha empezado y tengo sed. Pero no sed de agua...