Hace justo dos años, la mayor suerte que tuve fue que Sylvia, la directora de la escuela donde trabajaba no vino aquél día.
Me acuerdo de la cara de mis alumnos, especialmente de Carola, mi consentida – sí, por supuesto que existen los consentidos: siempre hay personas que, por mucha objetividad que se busque, tienen tanto encanto que acaban por colarse en las entrañas -, Ana Laura, una niña/adolescente en transición con una sonrisa hermosa que no se apagaba a pesar de que vivió una pérdida familiar devastadora para cualquiera, y Javier, el típico que es el más lento del salón pero que tiene energía para no dejarse derrumbar por las burlas de los compañeros, y ante sí mismo hace su mayor esfuerzo. El que secretamente me ganó para siempre cuando después de clase desveló su grandeza confesándome que teníamos que tener cuidado, porque hacía un año le habían practicado – a su cortísima edad – una operación peligrosa en el cerebro, y probablemente podría tener un ataque a media clase. Nunca pasó. Seré muy feliz si un día me los encuentro: tengo que darles las gracias por haber sido mi flotador durante la tempestad más difícil de mi vida.
Lo digo porque la nostalgia me trae este invaluable recuerdo manchado por la ausencia. La puta ausencia que no se larga hasta la fecha. Hacía apenas unos dos meses del día más negro de mi vida, en el que mi abuela se abandonó en mis brazos, y sin saberlo, faltaba un mes para que mi hermana se embarcara y dejara mi casa – siempre inundada de vida, ruido, alegría – en silencio. Los dos elementos pivotales de mi existencia se desvanecían. El destino te deja caer bombas cuando tienes la fuerza para recibirlas, pero el después, el contacto con la nueva página de vida, puede matarte si te descuidas. Como esos sobrevivientes de Auschwitz que murieron una vez libres al probar el primer bocado, porque su estómago desacostumbrado a comer no soportó el shock.
Y en esas estaba yo, cuando afortunadamente faltó Sylvia. Ese día, en el suelo, encontré algo que cabía en la palma de mi mano, en una cajita de Margarina Primavera después. Algo moribundo que sollozaba tierna/trágicamente. Algo que ninguna de las mamás de los alumnos quiso, algo que ningún veterinario quiso cuidar. Vida. Vida que llovió del cielo para acompañarme en soledad, y fue una gota inacabable de fuerza. Me acuerdo todavía de la expresión de mi madre, quien sorprendida porque ese día no llegué a darle un beso después de trabajar como siempre, nos encontró a mi y a mi hermana con la puerta entrecerrada de mi cuarto, conspirando sobre cómo íbamos a defender la vida de una creatura tan pequeña e indefensa a toda costa y a pesar de lo que dijeran los padres. Llorosa y desconcertada, mi ma' preguntó entrecortada a mi hermana: - ....Eeeeh.... ¿Estás embarazadaaaaa?
Lo digo porque la nostalgia me trae este invaluable recuerdo manchado por la ausencia. La puta ausencia que no se larga hasta la fecha. Hacía apenas unos dos meses del día más negro de mi vida, en el que mi abuela se abandonó en mis brazos, y sin saberlo, faltaba un mes para que mi hermana se embarcara y dejara mi casa – siempre inundada de vida, ruido, alegría – en silencio. Los dos elementos pivotales de mi existencia se desvanecían. El destino te deja caer bombas cuando tienes la fuerza para recibirlas, pero el después, el contacto con la nueva página de vida, puede matarte si te descuidas. Como esos sobrevivientes de Auschwitz que murieron una vez libres al probar el primer bocado, porque su estómago desacostumbrado a comer no soportó el shock.
Y en esas estaba yo, cuando afortunadamente faltó Sylvia. Ese día, en el suelo, encontré algo que cabía en la palma de mi mano, en una cajita de Margarina Primavera después. Algo moribundo que sollozaba tierna/trágicamente. Algo que ninguna de las mamás de los alumnos quiso, algo que ningún veterinario quiso cuidar. Vida. Vida que llovió del cielo para acompañarme en soledad, y fue una gota inacabable de fuerza. Me acuerdo todavía de la expresión de mi madre, quien sorprendida porque ese día no llegué a darle un beso después de trabajar como siempre, nos encontró a mi y a mi hermana con la puerta entrecerrada de mi cuarto, conspirando sobre cómo íbamos a defender la vida de una creatura tan pequeña e indefensa a toda costa y a pesar de lo que dijeran los padres. Llorosa y desconcertada, mi ma' preguntó entrecortada a mi hermana: - ....Eeeeh.... ¿Estás embarazadaaaaa?
Después de la explosión risa (una de las últimas que se oyeron así en esta casa), el llanto del gato recién nacido aún sin nombre ni sexo reconocible se dejó oír. Como el ruido potente y taladrante de una gota ante el estruendo de las olas, mordiendo con toda la poca fuerza que tenía la oportunidad de vivir. Lo recuerdo clarito, porque supe que ese animal era mío, o yo de ella. Lo confirmé cuando la veterinaria nos enseñó cómo meter una sonda hasta su estómago para salvarla de la desnutrición, logrando que sobreviviera el peligro de morir justo el día en que mi hermana se fue. Y así, nunca me quedé solo. Hubo un ser siempre a mi lado, mientras aprendí a readaptarme a vivir normalmente.
En el momento más obscuro de mi vida, llovió luz. Y aquí está, ahora mismo, junto a mí. Tan chiquita, tan relevante... Me obsesiona pensar que la hice crecer, que ahora en edad felina tiene más o menos mi misma edad, y que un día voy a verla morir... ¿Cómo darle las gracias, cómo hacerle saber que bendigo el aniversario de este día en el que llegó?
Hace poco días sobrevino un nubarrón sobre mí. Pensé que dejaría de escribir, que estas teclas no volverían a usarse para pasar en limpio algún escrito. Resulta ser que, por cuarta vez, la Revista Opción decidió publicarme en su nuevo número, con algo que creo fue de lo primero que me acuerdo que hice: "Nada", que en su momento titulé One-night stand. Hoy a la 1:30 estuve en la presentación, como autor colaborador entre autores de verdad importantes. Vida. Vida que llovió del cielo para reubicarme.
Y pensar que hace una semana estaba a punto de tirar la toalla, de abandonar las letras, de quemar virtualmente (bueno, eliminar...) todo lo que en mi vida he escrito. De pensar que se acabó. La revista, con su portada blanca blanca, llovió como luz hasta mis temperamentales ojos.
Y me sorprende cómo la vida aprieta pero no ahorca. Abofetea siempre que reniegas.
Y me sorprende cómo la vida aprieta pero no ahorca. Abofetea siempre que reniegas.
El problema aquí es, que así como cada vez que se está a un paso de desistir, llega algo que abrillanta la vida, cuando se está a punto de la felicidad, llega algo que la ennegrece.
Y esto es así.
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Con motivo del cumpleaños de Kyri, le puse nueva imagen a su página. Recordamos que la página entera está estrenando nueva imagen desde la semana pasada, y confesamos que el contador registra cero visitas desde hace rato y el libro de visitas está más vacío que nunca.