martes, 30 de octubre de 2012

INQUEBRANTABLE

Este día ha sido difícil e importante.
El combustible que me hace vivir todos los días es México, sin duda alguna. Llevo toda una vida de mirar cada día -esté donde esté en el mundo- los hermosos ojos de este país sintiendo un amor que me consume, que llena mi existencia de pasión. México me ha llevado a romper - fácil y felizmente - mis más profundos juramentos personales. Llevo ya mucho tiempo de consagrarme a esta maravillosa tierra, sintiéndome afortunado por la bendición de poder servirle con todas mis fuerzas.
He encontrado que mis sueños personales más profundos están en el progreso de México y he tomado entonces la decisión de destinar mi tiempo y energías casi en su totalidad a trabajar sin pausa por ello, en cada pequeña acción y decisión. Río con mis amigos cuando dicen que soy el novio de México. No tengo novia ni propósito ni causa más que esto. Sin México, pierdo mucha más que mi otra mitad.
Con todo respeto, cuando miro a mis amigos casados o dedicándose a otros proyectos - incluso a sus hijos-, noto que a comparación soy mucho mejor correspondido por México, fuente inagotable de satisfacciones constantes. Que el amor hacia México es correspondido y noble, y que me siento pleno...seguramente mucho más feliz que si hubiese decidido volcarme sobre una persona o cualquier otra actividad. México es mi tierra, mi pareja, mi motivo, mi razón, mi hijo. Cada día estoy más enamorado, cada nuevo (y viejo) rincón que recorro me encuentra siempre sorprendiéndome: no doy crédito de cómo un sentimiento puede aún crecer y crecer y crecer (de momento parece no tener límite), y así las cosas. Así lo creo, incluso hoy al final del día en que por primera vez se cimbró mi mundo, angustiosamente.
Hasta anoche, fui un testimonio de la seguridad y la paz que siento en mi país/ciudad. He repetido -quizás cientos y miles de veces- que la inseguridad nunca me había tocado, ni a mí ni a los míos. Pero ya no. Me duele mucho contarlo. Mucho.
Ayer me dieron en el costado frágil, me golpearon con fuerza donde más me pega: mi hermana. Muy tristemente, ella sufrió anoche un asalto. La bajaron los malditos de su coche en la calle, me le dieron un par de golpes. Difícil pensarlo. Injusto. Imperdonable. Mi hermana, si lo sabré yo bien, es una mujer muy trabajadora y de bien. Todo lo que tiene se lo ha ganado con esfuerzo. Somos ella y yo típicamente mexicanos porque nunca nadie nos ha regalado nada. Nos construimos a nosotros mismos con lo que nos rindió el esfuerzo honesto de nuestros padres. Tenemos hambre de crecer en todos sentidos con base en los sudores propios y nada más, que es como aprendimos que vale la pena hacerlo.
Entiendo muy bien que seguimos siendo afortunados. Que no la perdí y la tengo conmigo. Que no pasa de unos golpes, malditos sean. Que está viva, que las pérdidas materiales son lo de menos. Así nos educaron también: a no acostumbrarse a los bienes que en cualquier momento se pueden agotar. Seguro que lo supera. Que lo superamos.
Pero confieso que mi primer reacción fue reclamar a México. Que con todo lo que he dejado atrás por cuidarlo, me salga con estas. Creo, hasta cierto punto, normal. Mi hermana es lo mejor que tengo. Ojalá me hubiera pasado a mí, seguramente me hubiera conflictuado mucho menos. En la segunda reflexión del mismo evento, encontré consuelo más allá del típico "esto puede pasar en cualquier otro lugar, pasa en los sitios más seguros" que de entrada es cierto. Porque me di cuenta que esa gentuza con la que desafortunadamente nos tocó cruzarnos no es México. Este país es puro, limpio y pacífico. Fuerte, seguro y estable. Merecemos ser sus ciudadanos en tanto vivamos en estos valores, y si no, no. México no es lo negativo, si es desagradable se trata de cualquier otra cosa, no de este país.
Encontré que este tipo de situaciones ponen a prueba el amor que uno se precia de tener. Porque qué fácil amar una tierra perfecta, generosa y mágica donde no pasa nunca nada y no hay imperfecciones. El verdadero reto está en continuar amando cuando llega un tropezón que nos devasta.
Y así me arrepentí de la primer reacción y volví a buscar en mis entrañas la pasión por México, y honestamente la encontré latiendo con poder, sin rasguño alguno. Las cosas que duelen ocurren por esta razón, para vencerlas y al final de ellas quedarse con el aprendizaje. Sé que México me perdona el titubeo inicial, lo sé bien.
Duermo tranquilo sabiendo que tras el pequeño huracán de sentimientos encontrados que experimenté, mi amor es inquebrantable. Sigo adorando a México con sus retos indignantes porque nos regala interminablemente una serie de felicidades que no se agotan ni así. Porque sus problemas e incidentes son las áreas que nos llevan a pelearnos por él cada día con más fuerza: nos dan razón de ser para seguir adelante. Para luchar hasta el fin. Para no perder tiempo en eventos desafortunados que hay que dejar pasar para reconcentrarse en el objetivo de siempre, en el objetivo principal.