lunes, 21 de mayo de 2012

De la forma en que crujen las verduras (y los dedos) cuando uno las corta

Pa tener una agencia que genera contenidos para redes sociales, confieso que este nuevo look de blogger me inquieta. Será que uno se hace viejo. Pero en fin, aquí vamos.

No vi, sí sentí y sobre todo escuché perfectamente como una buena parte de mi dedo pulgar izquierdo crujió - como sólo los dedos hacen - cuando yo mismo sin querer le propiné un cuchillazo mientras me sentía ese tal Rick Bayless cortando queso Oaxaca en cubitos finos con un cuchillón alemán afiladísimo y reluciente para hacerme una pinche sincronizada.

No encuentro forma de describirlo. No tronó suavemente como un jitomate. No hizo el mismo ruido rasposo que las cebollas (aunque parecido), ni tampoco el crujido impertinente de los chiles serranos. 
Les digo que los dedos tienen su propia personalidad y por tanto, su particular sonido al perecer. No están hechos para ser cortados, la naturaleza es sabia. Prueba de ello es que - a diferencia de las cebollas, que vienen al mundo equipadas con glándulas lacrimógenas que nublan la vista del cuchillero depredador - , mi dedo se quedó así, recién cortadito,  disminuido de tajo, sin saber qué hacer. Este es uno de esos casos en los que la maldita suerte actúa contra todas las leyes. 

No sé si me dolió, en mi mente sólo estuvo la reverberación del chasquido que hizo contra el filo metálico. Me acordé de una vez que estaba esperando la fila de la comida de la escuela en Berlín, cómo una australiana adelante de mí me contaba que sin querer e inesperadamente se había cortado un dedo al tomar sus cuchillos. Así la vida, ¿no? Vamos frágilmente navegando a ciegas, encontramos de repente un filo que nos hiere y bueno, somos carne suave (pregunten a mi dedo). En una de esas fuimos nosotros mismos los que nos provocamos la cortadura y ahí andamos chillando. Aclaro que yo hoy no chillé porque soy muy macho y todas esas cosas.

Somos carne suave y débil...pregúntenme dónde quedó el trocito de dedo que corté. Separé los cubitos de queso, revisé el suelo, la tabla de cortar, los alrededores...nada. Pensé en tirar todo y comenzar de nuevo, pero no por nada me he autoproclamado el rey de la garnacha. Tenía harta hambre. Además, no es como que nunca se haya uno comido sus propias costras (y Ustedes también lo han hecho, no se hagan). Si uno ha de ser caníbal, qué mejor que entrarle a la propia carne y a todas las metáforas que de este acto salgan. Finalmente mencionar que uno es maestrazo en el arte de hacer sincronizadas, quedaron buenérrimas.
Pues bien, pa terminar les cuento que cubrí de más salsa de lo normal a todo lo que pude y que mordí con desconfianza, esperando encontrar mi propio dedo entre mis dientes para poder hacer un terrible aspaviento de horror y escupirlo a propulsión contra el librero que tengo frente a mi lugar en la mesa. Pero no. Todo transcurrió perfectamente. No les sabría decir si ya me comí mi propio dedo. Somos carne suave y débil. Mmmmmh...

Terminando la comida noté que mi pulgar estaba recubierto de rojo, después de escarlata quemado y más tardecito de un negro medio feo. Me voy a evitar las referencias a la moronga o morcilla porque - como quizás sepan -, las sincronizadas se comen con la mano. 
Pensé en tomarle foto, pero la inquietud de dónde está mi dedo no me deja hacer nada más. La cebolla cruje igual ante el cuchillo que ante el diente. No sentí crujir dedo alguno en la boca. Debe haberse ido al cielo de los calcetines que inexplicablemente se pierden dentro de las lavadoras, o algo así. 

Estaba yo pensando en este post y en todo el tiempo que ha pasado sin escribir y etcétara, cuando en mi alacena descubrí una caja de chocolates de marca Noble. "A unique Belgian Chocolate specially for you". Sí claro, es lunes de dieta, pero también un lunes en el que perdí medio dedo (¿Sí se regenera, verdad???). Así que abrí la cajita y saqué un pequeño vasito de chocolate relleno, parecía tener crema de cacahuate. 
Feliz, listo para ser reconfortado por los esfuerzos de un maestro chocolatier que había hecho esta delicadeza con extremo cuidado sin imaginar que iba uno a terminar atascándosela en plena colonia Escandón, me abandoné y lo mordí.
Algo dentro crujió.
No sé a qué sabía, sólo sé que no era chocolate, ni cebolla, ni jitomate, ni chile.