martes, 6 de marzo de 2012

Siempre atento al lobo.

Cuando era chiquillo, escuchaba mucho una canción alegre que aún no olvido.
Quizá hayan sido las primeras palabras de italiano que aprendí en mi vida. Entendí de lo que hablaba gracias a que durante uno de esos largos veranos en España, el éxito hizo que Lucio Dalla lanzara una versión en nuestro idioma que llegó hasta el pueblito en el que vivíamos.

Attenti al lupo, o Atento al lobo, hablaba de una casita pequeña, con muchas ventanas de colores como la mía. Vivían allí un hombrecito de pelo corto que soñaba mucho y llegaba siempre tarde de trabajar, y una mujercita con dos ojos grandes para mirar. Imaginaba a mis papás, sobre todo porque ella siempre estaba tranquila hasta cuando atravesaba el bosque.

En esta historia y en mi vida, mares de cigarras cantaban y había en el aire un perfume dulce y pequeño. Quizá es que cuando una canción se repite tantas y tantas veces a lo largo de los años pierde realismo. Todos seguimos siempre - eso sí - atentos al lobo, como recomienda la letra (también muchas veces).

La semana pasada murió Lucio Dalla y, por alguna extraña razón, me sentí triste.
De esos pequeños eventos que no pasan desapercibidos porque impartan por dentro, en algún sitio profundo nunca antes detectado, que uno desconocía.
Tratando de explicármelo creo que lo que me duele es que ver cómo uno llega a ocupar y encarnar personajes de las canciones. Cómo las letras de un momento al otro empiezan a hablar de la vida propia, porque ahora ese hombre que tiene un gran sueño por realizar y llega siempre, siempre tarde de trabajar, soy yo.