martes, 5 de abril de 2011

De Acapulco

"Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches..."
- Agustín Lara


Hace pocos días volví a tener el privilegio de visitar Acapulco por trabajo.
Clásico: ni bien llegué inicié una entrañable y animada plática con el taxista que me llevó al hotel. Una más de todas las veces memorables en las que uno interactúa con un acapulqueño y se queda contento por esa hospitalidad y sonrisa que sólo ellos tienen.
¿Cómo está mi Acapulco? Pregunté. Hermoso, como siempre. Con sus problemas y todo pero igual de bonito.
Avanzando por la Costera, como vapor y de entre las paredes, salieron volando cientos de retazos de mí. Siempre viviré en Acapulco.

En el destino de sueño para mi abuela, que trabajaba todo el año para ahorrar y pasar una semana con mi madre y mi tío: en la Quebrada, en Pipo's, en Puerto Marqués.
En el lugar en que mis padres vivieron su luna de miel durante aquella época dorada en la que el mundo entero deseaba codearse con el jet-set que poblaba sus hermosas playas.
Allí estuve yo de niño, de adolescente y de adulto. Con presupuesto y sin él. He dormido en Elcano, en el Mayan, en el Pierre Marqués...en todos esos típicos y legendarios; y también en un coche dentro del estacionamiento del Wal-Mart de la Costera, en tiempos compartidos, casitas y modestísimos bungalows. Acapulco me ha visto sin playera, sin ropa, blanco, bronceado y rojo, borracho, pleno, sobrio, apasionado, relajado, vencedor, derrotado, en la cima de Paladium, en el fondo del Alebrije, como chalán y también como jefe. Y siempre me ha tratado igual de bien.

En Acapulco está la mano de mi madre, guardando la mía en la arena, enseñándome el sonido del mar dentro de los caracoles. Y aquellas excursiones mágicas en barco con fondo de cristal para ver a la Virgen del Mar, todo un impacto para cualquier niño. Mi primer antro: Andrómedas de Acapulco, a los 13 (y mi primer desarmador). Wow. En Acapulco está mi amigo Sours, tantas veces, en el bungee y en tantos sitios, junto conmigo. Con él me batearon de la entrada del Disco Beach aquella trágica noche en que nos fuimos a ligar gringas en spring break pero no nos dejaron entrar al Baby.
Desde la mera orilla del mar de Acapulco lloré emocionado en la boda más espectacular a la que he ido: la de Karen -que es como mi hermana- y Terry, oficiada por los cuatro elementos. Esa tarde, noche y madrugada en la que mi hermana Perla me parecía una diosa con ese vestido y amanecimos bailando ante el sol del siguiente día. En algún otro viaje ella y yo regresamos para ser parte de la inauguración de El Encanto, a partirnos el lomo y disfrutar juntos del puerto a pesar de aquella señora amargada que nos contrató medio engañándonos. También están Eduardo (en su convertible rojo, muy Luis Miguel él) y Gaby y Lorelee y Paola y Dordelly y Alan y Any en la boda de uno de los grandes: don Arturo Muradás que allí se casó entre la lluvia.

Y así podríamos seguir.

Con todo esto, estoy seguro que millones de mexicanos y extranjeros tienen los mismos - y más y mejores - recuerdos que yo. Material espiritual que está ahí, vivo, inmortal. Acapulco es asombrosamente versátil: pocos destinos del mundo se adaptan tan a la medida de la cartera y tienen tantas opciones según cada posibilidad. Ahí se gastan bien igual las monedas que los millones.


Más allá de la política alrededor de Acapulco, a la cual no me quiero y no me puedo referir esta vez (Caminar por la Costera es disfrutar, y ese goce embriaga, nubla e impide cualquier pensamiento remotamente cercano a asuntos políticos), confío en que todos estemos - como yo - con las ganas de volver a revivir y a cosechar nuevas historias.

En ese mismo viaje de taxi, pasando la Diana, antes de llegar a mi hotel, sentí algo muy fuerte: Acapulco es idéntico a nosotros. Es inevitable ser mexicano y no identificarse con ese paisaje que - igual que nuestros propios cuerpos - habla al mismo tiempo de muchas épocas de prosperidad y muchas eras de tragedia. Paisaje que expresa cómo en carne propia sabemos lo que es caer y levantarse. Fachadas de piel curtida, derrumbada, reconstruida y lista para sobreponerse a la siguiente debacle. Con una historia propia, rica y natural: aquí no se construyó nada artificialmente como en otros lados. Lo que ves es lo que hay, lo que queda después de la sobre-explotación y de las pruebas de la vida (que por cierto aún es mucho y sigue igual de vivo, abundante y hermoso que al principio, a pesar de todo). Exactamente igual que nuestros propios cuerpos.

El mejor souvenir de Acapulco es una foto panorámica, tomada con los ojos y la mente, de la bahía: probablemente la más impactante y bella del mundo. Acapulco Bay, diría Sinatra. De noche, es un bordado prodigioso lleno de luz y vida. Mientras hacía click click click mental una noche antes de regresar a la capital en medio de un yate rodeado de gringos felices que bailoteaban Macarena, le agradecí mucho, y -sabiendo que nunca iba a poder despedirme - le prometí pronto volver.