domingo, 1 de agosto de 2010

De cuando cené tacos con mi ídolo

Nunca descarté el sueño de conocer en persona a don Guillermo Arriaga Jordán, el director de Fuego y de tantas otras películas y libros que han cambiado mi vida. Imaginé el encuentro breve, durante alguna firma de libros, o un rápido estrechón de manos en alguna alfombra roja.

¿Qué diría Arriaga? es una pregunta frecuente que me hago cada que quiero evaluar algo importante que escribí. Leí que La Plaza de los Arcángeles es su lugar favorito y durante años, cada vez que estuve allí me mantuve atento por si lo veía. Siempre al llegar a la Unidad Modelo, anuncio que entramos en su colonia, orgulloso de tener un paisano tan grande como él. Basta con buscar su nombre en este blog para darse cuenta que su obra y su persona han sido por años obsesiones e inspiraciones para mí.

Si México pudiera hablar, seguramente agradecería mucho a Arriaga el gran trabajo que no
s ha puesto en boca del mundo, que nos llevó a ganar Cannes junto con él, que nos humaniza y redefine, que nos enorgullece de ser mexicanos. Fue pensando así que lo invité por Twitter a cenar tacos conmigo, y aceptó.

Dormí muy poco la noche anterior. Una semana antes del estreno de Fuego en nuestra Ciudad de México, ahí estabamos mi ídolo y yo, en la misma mesa de una taquería. Puedo contar con los dedos de la mano las veces en las que me he sentido intimidado: Estar en su presencia fue impactante.
El tipo tiene dos ojos centelleantes, claros y profundos que deslumbran. Difíciles de sostener porque son los ojos que concibieron mis historias favoritas. No logré destensarme, la emoción prevaleció. Guillermo (así me pidió llamarlo, y no Arriaga, que es como siempre me había referido a él) es asombrosamente humilde, amigable y tranquilo. Es un tipo fino. Es México: crudo y fuerte, revestido de generodisad, de cortesía.
Como en todas sus películas, la conversación siguió un desorden y dio vueltas alrededor de intercambios de impresiones sobre su obra, sus colegas y ex colegas, su también brillante hermana y muchas otras cosas irrelevantes. Fascinante. Como en cualquier cena entre amigos, nos contamos un par de anécdotas, nos reímos y brindamos, comimos muchos tacos. Fue mejor de lo que imaginé. Tuve el privilegio de contarle directamente lo orgullosos que nos sentimos de él, lo mucho que lo admiramos. No lo entrevisté, ya habrá otro momento (uno no entrevista a sus cuates en ocasiones así). Sin embargo - y permítaseme decirlo con orgullo y emoción -, podría apostar que ningún periodista pudo -en esa semana tan mediática para él- arrancarle las historias, confesiones y vivencias personales que me quedo para mí. Fue, sin duda alguna, una de las noches más especiales de mi vida y - afortunadamente-, parece que va a volverse a repetir.