jueves, 28 de septiembre de 2006

Definitivamente, Ricky Martin me está imitando...

Primero fue el corte de pelo el año pasado, ahora esto. Justo el martes siguiente a mi examen profesional, durante el cual presenté mi tesina sobre tráfico internacional de menores, Ricky Martin señaló a México y Brasil como los países donde se registran los peores casos de tráfico de personas en América Latina ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Según él, en México hay por lo menos 5,000 niñas que trabajan como prostitutas y que la mayoría de las víctimas en este país son usadas principalmente en la prostitución, pornografía y turismo sexual. Para quien dude de la veracidad y confiabilidad de los datos que un cantante pop como Ricky Martin pueda dar, aquí estoy yo - que ya soy licenciado, graduado con una investigación respecto al tema - para respaldarlo: se quedó corto. En mi trabajo manejo una cifra (basada en informes de la UNICEF, la OIT y el Dpto. de Estado de Estados Unidos) de entre 16,000 y 20,000 menores explotados sexualmente al año en México, situación alarmante ya que no existen leyes que los protejan, por lo que es urgente la entrada en vigor de la Convención Interamericana sobre Tráfico Internacional de Menores (de la cual, Brasil sí es estado parte, mientras que nuestro país - que fue anfitrión para la negociación de este ambicioso convenio - lleva más de diez años sin intercambiar los instrumentos de ratificación que permitan proteger a l@s niñ@s de tan atroz delito. Además, la Ley para Prevenir y Sancionar la Trata de Personas está congelada y esperando su revisión en la Cámara de Diputados.)
No necesito decir que me parece excelente y grande que figuras públicas utilicen su voz y fama para hacerse escuchar en cuanto a estos temas. Sin duda, una denuncia mía es casi anónima, pero la de Ricky Martin puede llegar a poner sobre la mesa ideas, especialmente en una región del mundo en la que pocos leen y nadie escucha a nadie, como es América Latina.
Y además, la canción de Drop it on me me prende. Así que absténganse de criticarlo, porque entonces me estarán criticando a mí, que soy su modelo a seguir. Muchos otros "artistas" igual o más de famosos no saben ni dónde está Brasil. No necesito decir que voy a enviar mi investigación a la Ricky Martin Foundation, en una de esas me pide que lo acompañe de gira por el mundo y de paso le hago los coros en sus conciertos.

domingo, 24 de septiembre de 2006

Las 10 lecciones [Dígame Licenciado...]

Por fin, después de mucha espera, estoy graduado: soy oficialmente Licenciado en Relaciones Internacionales. Fue el jueves 21 de septiembre de 2006 a las 15:00 horas en la Biblioteca Manuel Gómez Morín del ITAM.
Mis sinodales fueron Sonia Rodríguez, Stéphan Sberro y Duncan Wood y mi tesis se llama La Regulación y Actitud de México ante el Tráfico Internacional de Menores.
¿Por qué es deseable la entrada en vigor de la Convención Interamericana ?
Dichas sean las cosas como son: de todos los exámenes profesionales en los que he estado, el menos accidentado y más tranquilo y concurrido ha sido el mío. Salvo una pregunta final sobre la Unión Europea que contesté con un rotundo No sé, todo bien. Y hasta el último día, aprendí mucho. He aquí las diez lecciones más importantes, de las cuales alguien que aún no haya presentado su defensa de tesis puede aprender también.
1. México is the land of make believe. Fingí que escribí bien mi tesis y/o que no me di cuenta de los errores y/o que estaba poca madre. Los sinodales* aparentaron que la leyeron, la corrigieron y les gustó. Me hicieron pensar que me preguntaban algo y yo hice la finta de contestar como un experto. Y entonces, cuando pretendieron estar convencidos, nos sacaron mientras hacían como que deliberaban en privado, fingieron que me aprobaban y así me convertí en Licenciado. Lo que hay que hacer ahora es comenzar a preparar la farsa de que soy un talentosísimo, sensible y atormentado artista.
2. Una vez que se supera la dificultad de hacer creer que uno estudió mucho, sudó sangre e hizo mucho esfuerzo, todos muerden el anzuelo y se la creen. Hasta te felicitan por ser un “alumno ejemplar, no en cuanto a calificación pero sí en cuanto a entusiasmo, que además disfrutó mucho la carrera”. Por lo tanto, cualquiera se puede graduar de cualquier carrera.
I’m living proof.
3. Nunca hay que decir “Uh, qué fácil pregunta”, a pesar de que uno piense que conoce bien la respuesta. El sudor frío que se pasa cuando en verdad no se sabe nada no se le desea a nadie.
4. Los tres pilares de la Unión Europea son (1) el ámbito comunitario, (2) la política exterior y de seguridad común [PESC] y (3) la cooperación judicial en materia penal (justicia y asuntos del interior, JAI).
5. Las emociones son más fuertes que los deseos. Al final, me encantó escribir mi tesis. Pensé que no iba a poder nunca y fui el tercero de mi generación en acabar. La razón: el tema era a-pa-sio-nan-te (Cualquiera puede bailar [y bien], sólo se necesita una cierta canción). Al final, y a pesar de nunca haber deseado en el fondo ser licenciado, dicha sea la verdad casi se me salen las de San Pedro mientras me otorgaban el título.
6. Durante el examen, lo mejor es hablar sobrado (total, para eso uno escribió su propia tesis), demostrar en exceso que se conoce bien el tema. Aparte de que quita los nervios y apantalla a los oyentes, satisface muchísimo mirar fijamente los ojos de cada sinodal (alternadamente claro, para aparentar una seguridad apabullante) y pensar hacia adentro "
estoy hablando. Ahora te callas, me escuchas, y hasta que me dé la gana terminar de hablar no te levantas de aquí..."
7. Nada sirve si no se comparte. Los agradecimientos que escribí al principio de la tesina serían papel y tinta si no fuera por la expresión visible de emoción que les vi en la cara a mis seres más queridos mientras leían. De nada sirve un título si no tienes a quién enorgullecer. Un examen a puerta cerrada no hubiera significado nada.
8. Uno es todos sus amigos. Todos traemos una mochila invisible en la que cargamos a los que más queremos. Quien no-estuvo estuvo, defendió desde dentro y a través de mi voz mi examen, acertó y se equivocó conmigo.
9. La gratitud nace en momentos de potencial vulnerabilidad. Cuando piensas que no va a ir nadie a tu examen y al final llega mucha gente y tienen que poner sillas extra, además de pensar “Perfecto, que se caiga este lugar, que se llene, que reviente, así puedo contar luego en el blog que cayó toda la banda [je]”, entra también un sentimiento desaforado de “tengo que agradecer – proporcionalmente al motivo de su presencia en mi titulación - a toda esta gente algún día." Por cierto, el hecho de tener una sala llena de gente, no sustituye la ausencia de amigos importantes.
10. Lo Doctor no quita lo estúpido. Tampoco lo licenciado en Relaciones Internacionales. Más aún: por lo visto, todos tenemos un licenciado dentro...[ ;) ]
*Salvo honrosas expcepciones (léase Sonia Rodríguez)

sábado, 16 de septiembre de 2006

El muerto

Uno de los pocos rasgos personales – y por cierto, inconvenientemente arrogantes - que no se me han borrado en toda la vida ha sido el profundo amor a la lengua y la expresión efectiva. Soy uno de esos que están seguros que la cuidadosa elección de las palabras puede cambiar el resultado de cualquier mundo.
Mi madre, a pesar de ser la mejor de todas, tiene sus lados obscuros. Sin duda, el que menos aplaudo es su descuidado manejo de las preposiciones, que se acentúa especialmente cuando habla de reposterías y/o panaderías. Me acuerdo perfecto de mi disgusto cuando de niño preguntaba qué había de postre y me contestaba arroz de leche, no arroz con leche.
Peor aún, hasta la fecha, algún día en el desayuno me hace rabiar ofreciéndome pan de dulce, porque entonces en mi mente veo panes de colores hechos de caramelo o literalmente de azúcar, muy distintos al simple pan dulce.
Pero el peor de todos, llega por ahí del dos de noviembre, cuando las panaderías desbordan esos que llamamos panes de muerto, y mi madre se apresura a decirme, ya compré un muerto, para que nos lo comamos con chocolate caliente... Me parece lo más bárbaro utilizar una expresión así, porque en mi mente me imagino ahí un cadáver de esos de película de espantos, sobre la mesa.
Pero es mi mamá, y así la quiero.
Anoche, estuve en la fiesta de cumpleaños de uno de mis más queridos amigos, y me la pasé increíble. Pero hoy, tenía que levantarme a las 6 de la mañana para llegar al trabajo a las siete (7:00 A.M.). Sí, hoy, día en que todos los mexicanos duermen la cruda después del Día de la Independencia, yo estaba obligado chambear. Así que decidí, al igual que uno de los asiduos lectores de este espacio, desaparecer como un muerto, sin despedirme, para ir a mi casa a dormir algo.
Y entonces, al dar la vuelta por la Avenida Revolución, con unos cuantos tragos encima, las luces azules y rojas de muchas patrullas me intimidaron. Alcoholímetro pensé. Ya me llevó...Dos o tres segundos me devolvieron una imagen que ya nunca se me olvida. Al voltear, en el suelo estaba un hombre tirado, muerto. Desde su cabeza y muchos metros hacia fuera y en redondo, el suelo estaba embebido, calado de sangre. Parecía rebanado: no supe dónde quedó una mitad de la cabeza, porque no estaba esparcida por ahí, ni aplastada, daba la impresión de que estaba enterrada en la calle, o más bien de que alguien le había hecho un corte macabro completamente plano, lo cual hacía que su cara en horizontal encajara como rompecabezas sobre el pavimento.
Un muerto, que me hizo pensar dos veces antes de volver a decir yo prefiero morirme rápido, y no de una enfermedad que se prolongue. Su muerte, aunque rápida, fue amarga, dolorosa. Lo sé bien porque me lo dijo el único ojo muerto que se le veía, volteado apuntando hacia arriba, como los de esos desnudos que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Lo sé bien porque su boca abierta y sus dientes limados contra el pavimento enmarcaban una mueca de terror intenso, de agonía, de gritos y sollozos atrapados unos buenos segundos eternos y luego filtrado a través de las grietas del cráneo roto.
Llevaba una camiseta blanca de algodón, y jeans. Como cualquiera de nosotros, cualquier día. No venía ni iba a una noche mexicana, no estaba viviendo una noche especial: no sabía que se iba a morir. Ignoraba lo frágiles que somos, lo poco que se necesita para quitarnos la existencia.
Y horas después, mientras yo pasaba junto, su sangre se secaba, y nadie abrazaba su cadáver, ni siquiera lo cubría con una manta. Su familia, si tenía, no lo sabía. Quizás, antes de irse de casa, tuvo como yo una hermana preocupada que le rogó tener cuidado porque la noche del 15 todos se emborrachan. Quizás no tenía nadie y si debí bajarme y rezarle un padrenuestro y ver si podía dar el dinero para un entierro modestón, para que si nadie lo identificaba hoy no lo llevaran a tasajear a alguna universidad para que los alumnos de medicina aprendan anatomía. No encontré nada en las noticias, ni en los periódicos, a nadie le importó. Nadie lo sabe. No pasó. Esta tarde ya llovió fuerte: muy seguramente, el olor de su sangre joven muerta ya está borrado para siempre. Sepan que anoche alguien murió en Revolución, en nuestra ciudad, mientras nosotros oíamos chistes y bebíamos ron.
Y como su cara partida, de un lado sangrante y del otro seco, la muerte y la vida.
Algo que se me olvidó, es que quizás, la parte seca era la triste, y el lado carnoso que quedó contra el suelo era el contento: el otro extremo de su boca que nadie vió en sus últimos momentos, sonreía. Así quiero imaginármelo.
Porque después de ver eso, esta madrugada, cansado, sólo, crudo, a las 5, muerto de frío, en silencio y en lo obscuro para no despertar a todos los mexicanos mientras dormían, respiré mucho y grande y fuerte y profundo con gratitud por estar vivo, por poder sentir el calor del té de manzanilla con miel más simple bajar por mi garganta y tráquea hasta el esófago y no estar helado. Porque a pesar de todo, aún me quedaba por lo menos un día, y si tenía suerte, me va a tocar estar alrededor de mi madre muchos días para oírla hablar de panaderías y reposterías.
Réquiem por Anónimo, muerto el 15 de septiembre de 2006. Que en paz descanse.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Dos números al acecho...

Siempre que he tenido miedo, la idea esa del tiburón, que te tiene mucho más miedo del que tú le tienes a él, o del perro que huele tu adrenalina, me han funcionado muy bien. De repente, me crezco, me vuelvo predador, en mi mente creo de verdad que el otro me tiene más miedo a mí y la libro, sea lo que sea la cosa temida, porque luego me teme a mí.
Pero ahora, omnipresentes, hay dos números que me aterran. Además parece que están por todas partes. El otro día ahí estaban, riéndose de mí desde el boleto del turno en la salchichonería. Son un dos y un cinco, las bodas de plata. Tambaleando en la camiseta basquetbolera del tipo de enfrente. Son dos numeritos, y no tiemblan en mi presencia, no logro asustarlos, el que se agita con terror soy yo.
Porque 25 es demasiado joven. ¿Está bien no estar en forma a los 25? Porque justo ahora me estoy aficionando más que nunca (y ya es decir, siempre he comido mucho) al vino, y a los quesos, y a la buena mesa. ¿Está bien despertar deprimido y con ganas de morirte a los 25? ¿Es normal detestar la vida nocturna, huír de las fiestas, quedar mal con todos porque a la mera hora no se te antoja ni el humo, ni el baile, ni arreglarte y gritarle al cadenero? ¿Se vale a los 25 querer quedarte a vivir en casa de tus padres todavía? No sé. Será que tanta contradicción de sentimientos es pura inmadurez.
Porque 25 es demasiado viejo. David Bisbal tiene un nuevo disco, y no sé si está bien bajar su nueva canción, porque ya no es como quien la baja a los 19 porque tiene 19. ¿Está bien querer escuchar música todo el tiempo y disfrutar programas malos de tele, y emocionarte con los MTV Awards y practicar en el espejo a quién le dedicarías el premio? ¿Es normal apenas ir terminando la carrera y no ser ni empresario, ni diplomático, ni nnnada? ¿Está bien trabajar de obrero en un call center ya a los 25? ¿Se vale querer largarte cuanto antes lejos de tus padres, aunque sea al cuarto más barriobajero de esta ciudad? Tanto choque interno, ya empieza a sentirse como... como achaque.
Mis amigos más cercanos ya están celebrando su 25 aniversario. Damn. ¿Se vale sentirte sólo, se vale demostrarle a tus amigos que los extrañas mucho, que los necesitas mucho, o como ya somos adultos se va a ver muy needy, muy desesperado y mejor no hay que arrugarse, leer el periódico, comentar que Felipe ya es presidente, verte más seriecito y las arañas...?
¿Se vale tener pena genuina de invitar niñas a salir? ¿Decir niñas, en vez de mujeres? ¿Se vale sentirse inexperto, poco simpático, hablar con uno mismo en la mente y decirse 'duh, la estoy regando, seguro se está aburriendo y está esperando que me acabe el Caramel Machiatto para pedirme que nos vayamos' y no divertirse en sociedad? ¿Se vale estar medio con ganas de no estar y al mismo tiempo odiando no estar?
Tal vez sí, porque todavía tengo 24 y - gracias a Dios - faltan tres meses y un poco más para los 25.
Quizás, definitivamente no. Porque ya en dos meses y tendré 25 años, el primer cuarto de un siglo...